Tráfico de indocumentados, ¿un
tema olvidado?
Acostumbrados
a señalar al otro sin recordar que ese dedo que señala nos señala. Nos admira y
asombra el caminar errante de una multitud de sueños que se dirige a Europa. La
migración es dolorosa y cruel. El drama de la migración la podemos constatar en
miles de relatos e imágenes que lastiman la conciencia y los ojos de las
personas que las miran y las leen.
Ahí está la imagen del niño sirio
dormido para siempre a la orilla del mar sobre la arena. Símbolo propio de los
efectos de un siglo inestable y desigual que arroja a la pobreza humana a la
esperanza de encontrar un lugar que no existe por otro que tampoco está.
El futuro, la esperanza, murió en la
travesía, en la valsa migrante de un mundo que perdió el control. Valsa en esta
ocasión, en otras las ruedas del tren y en otras más las heridas que
ocasionaron las vallas, las púas y los golpes de los miles de persecutores que
vigilan un sistema de migración caduco. El drama de la migración. Emprendido el
viaje un rastro de intimidad se deja en cada paso. El lugar que nos vio nacer
nos arroja, como fugitivos a un lugar que no se encontrará nunca. Los
refugiados, en realidad, se cobijan en sí mismos. Saben perfectamente que ese
es el único espacio, digamos país, que ellos firmemente tienen. Migrar es un
huir constante de un lugar a otro, de una esperanza a otra. Incluso en este
andar, hay migraciones muy personales, íntimas, migraciones donde uno huye,
consciente o no, de uno mismo.
Caravanas de migrantes que van y
vienen es uno de los episodios más recurrentes de la historia. Cada país tiene
su mar mediterráneo, su zona de penumbra, su panteón donde yacen los seres
desconocidos. Nosotros, los mexicanos, tenemos el río Bravo, las fosas de San
Fernando, los cementerios en el desierto. Los poblados fantasmas donde el
viento llora por los que se van y el día entierra a los que se quedan. En las
migraciones las personas van desnudas y desahuciadas de amor. Una sola ilusión
les cubre el vacío de sus entrañas: la esperanza de encontrar un lugar que, en
el fondo, aunque ellos saben que no existe, lo buscan con la esperanza de morir
tranquilos, de ser otros y a la vez los mismos.
Sé que hay diversas causas para
emigrar. Una puede ser porque el lugar donde se habita no se acepta la forma de
pensar, otra por la situación de violencia que en el lugar impera, y otras, las
más, por el hambre que se tiene. De todas ellas, entre tantas otras, la
migración de la pobreza es la arista que se aborda menos.
El individualismo posesivo de la
reproducción de capital y el reparto inequitativo de éste, su concentración e
inequidad cada vez más técnica e inhumana, han propiciado una enorme
desigualdad social, una monopólica riqueza y una amplísima pobreza. El niño
sirio arrojado por el mar a la playa de Bodrum en Turquía, igual pudo ser en el
rio Bravo o en el Suchiate, lo que realmente plantean es la necesidad de contar
con un nuevo sistema migratorio en el ámbito mundial.
La migración de la pobreza de Turquía
o África a Europa, o de centro américa a Estados Unidos, o en ambas referencias
a cualquier país del mundo, lo que exigen es que los países ricos ya no se
limiten a aceptar una cuota de emigrantes, como si éstos fuesen animales a
encerrar en un corral. ¿Es difícil entender que la humanidad no está sujeta a
cuotas, que los países más pobres son los más solidarios y los que acogen un importante
número de migrantes, con gesto humanitario, sin importar, como lo señalan
diversos marcos constitucionales, entre ellos el nuestro, origen étnico o
nacional, género, edad, discapacidades, condición social, condiciones de salud,
religión, opiniones, preferencias sexuales, estado civil o cualquier otra que
atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los
derechos y libertades de las personas? ¿Acaso este gesto humanitario es propio
de los vencidos o de los países esclavos de los dueños del capital?
¿Es difícil entender que así como el
capital, movimiento financiero y productivo se globalizan, así también se
expande la pobreza y, por lo mismo, la migración de ésta debe absorberla el
mismo sistema productivo, financiero o de reproducción de capital también
mundial?
El problema ya no es de dádivas o
ayudas de países ricos a países pobres. El problema es la enorme brecha en la
desigualdad social, la concentración de capital, la inequidad en la
distribución del ingreso. La política de ayudas se sustenta sobre la necesidad
de explotar mejor al otro, en lazos de política exterior con los cuales las potencias
marcan el terreno de los países ayudados como propios. La pobreza no es un
problema intrínseco de la condición humana, sino es un producto de la
explotación del capital.
La migración de la pobreza actual difícilmente
se resolverá con apoyos o dádivas de los países ricos. Se requiere la
incorporación de las personas migrantes al proceso productivo, al empleo para
decirlo claro. El flujo de empleo a nivel internacional es común ya en las
grandes empresas y países ricos, cierto, esto se ubica realmente solo a nivel ejecutivo,
a nivel de trabajo intelectual. El siguiente paso, sin embargo, debe ser a
todos sus niveles. La globalización de capital acompañado de la globalización
en el empleo. Es la correspondencia lógica, no hacerlo sería mezquino.
A todo esto, empero, se asoma un problema más:
la carroña del tráfico de indocumentados. Tema que por lo general se olvida en
esta migración de la pobreza y que está penalizado en todo el mundo, entre
otras cosas, por su exigencia de lucro y chantajes con la necesidad de los
migrantes.
La penalidad es severa. En el caso
mexicano, la persona que lo cometa será privada de su libertad de ocho a
dieciséis años, además de las sanciones correspondientes. Ello de ninguna
manera viola la garantía de proporcionalidad de las penas contenidas en el
artículo 22 constitucional, en virtud de que el bien jurídico tutelado, nos
dice una resolución de la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, amparo directo en revisión 2556/2011, no se constriñe al control de los
flujos migratorios a cargo de las autoridades administrativas, sino también a
la salud pública, a los derechos humanos de los inmigrantes (la vida, la
dignidad, la integridad física, entre otros) y al respeto al orden jurídico y a
la seguridad nacional.
El tema de la migración del hambre da
para mucho más. Por lo pronto, basta decir, por ahora, que uno cuando emigra
sabe bien que aunque regrese ya jamás regresará. Los usos y costumbres son
otros y los mismos. El árbol creció, otro se cayó. Aquellas bardas y fuertes
muros que se vieron al partir, ahora están roídas como los dientes de los
abuelos. En realidad, uno en el fondo es exiliado de sí mismo.
Es evidente que estas líneas las
escribí sobre los que por cualquier razón huyen de un lugar a otro. Después lo
haré sobre los que se quedan, la otra parte del mismo drama, pues a los que
huyen y a los que se quedan les une el dolor de abortar a solas. El otro al
emigrar se queda, y el que se queda emigra al emigrar el otro.
* Pendiente de publicarse en Congresistas, periódico bimensual.