jueves, 1 de diciembre de 2016

Ciudadanía y derechos humanos


 
Defensa pública de los migrantes, un tema en la mesa

 
Genaro González Licea

 

El derecho de los migrantes debe cambiar radicalmente en el mundo entero. Una nueva perspectiva se impone. Las balsas, vagones y contenedores que transportan en la clandestinidad a los miles y miles de emigrantes son el síntoma más claro. Lo confirma la carne cruda, desgarrada, que cuelga en los alambrados de púas, cercos diseñados por una mente criminal que se confunde con lo espeso de la muerte. Medida desquiciada que no entiende que el migrante es igual de humano que nosotros y, por lo mismo, si lo dejamos en el abandono, dejamos, al mismo tiempo, una parte muy nuestra.

Los migrantes son el efecto de la miseria, de la pobreza, del marco globalizador, unilateral desde siempre, que ha llegado a su franco agotamiento. Su crisis es tal que ya le es imposible modificar, desde su propia lógica de acumulación, los efectos generados por la brutal exploración de capital practicada de los años ochenta a nuestros días.

         Repito, los migrantes son un efecto de la explotación del trabajo y del abandono de los Estados nacionales de políticas educativas y, en general, de una justa distribución de ingreso. Lo he dicho muchas veces y no me canso si lo digo una más: de qué sirve que un país, como el nuestro, crezca económicamente, si ésta situación no se refleja en una equitativa distribución del ingreso y, al mismo tiempo, en el cambio social requerido. Unos, los menos, se enriquecen, otros, los más, se ven condenados a vivir un día con hambre y otro día también. La lucha cotidiana de buscar el pan y la sal hasta la muerte.

Las grandes potencias, entre ellas, el grupo de los ocho países más industrializados del planeta, el G8, lo saben perfectamente. De ellos el Reino Unido ya inició su recomposición de mercado interno, le seguirá, según observo, Estados Unidos. Fortalecer la economía nacional, en resumidas cuentas, será la tónica de las políticas de los países económicamente dominantes en las próximas décadas y, en calidad de consecuencia, también de los menos desarrollados.

         En este esquema, efectivamente, las personas extranjeras que nos ocupan son uno de los efectos de la brutal concentración del ingreso, una manifestación de la crisis económica mundial que vive no solamente Europa, sino África, Asia, el Continente Americano en todo su largo y ancho, y Oceanía. Recordemos de este último el estancamiento económico de varios de sus países y, en particular, la recesión de Nueva Zelanda hace apenas un par de años.

         La migración masiva, en resumidas cuentas, es un producto del hambre, de la educación destartalada y de la rota esperanza de vida generada por la dinámica de la reproducción del capital mundial, hoy en evidente crisis. Si hay certeza en lo anterior, entonces, que un país construya vallas para mostrar su poder e incapacidad de resolver problemas como los que aquí se comentan, de ninguna manera, me parece, significa dejarlos en otro país para que éste los resuelva y, mucho menos, olvidarse de ellos en su propio territorio. Así como la economía fue global, así también deberán de ser las políticas para resolver sus efectos producidos.

Es evidente que ya no hablamos única y exclusivamente de los migrantes que, como almas en pena, transitan sin rumbo fijo. Hablamos también de segundas y terceras generaciones radicadas en un determinado país, con raíces propias y entrelazadas. Tradiciones de allá y de acá, cultura única y plural al mismo tiempo. Ninguna persona en su sano juicio se atrevería a desconocer un tema tan importante como el que nos ocupa.

         Cualquier región del mundo puede fijar programas para apoyar a personas emprendedoras, sean migrantes a secas, o migrantes de primera o segunda generación. Esfuerzo éste que sería coyuntural de no acompañarse con modificaciones en la normatividad de la materia y, como correlato, en la instrumentación de justicia, en el proceso operativo de la norma. De ahí, precisamente, las modificaciones legales iniciadas en mí país en cuestiones migratorias y de refugiados, mismas que recogen los estándares nacionales e internacionales de protección reforzada, repito el concepto, de protección reforzada, a sus derechos humanos.

Ejemplo de ello es la modificación al artículo 112 de la Ley de Migración, con la cual se pretende proporcionar mayor protección y seguridad jurídica a los indocumentados, más todavía si éstos son menores de edad. También están los ajustes, uno, a la Ley General de Asentamientos Humanos, sobre todo en la parte correspondiente al ordenamiento del territorio nacional y al desarrollo urbano y, dos, a la Ley de Planeación. Sin faltar, evidentemente, los convenios, acuerdos y protocolos necesarios.

Modificaciones todas ellas que, en un considerable porcentaje, son producto de la firmeza con la cual los operadores de justicia han resuelto los litigios puestos a su consideración. Actitud con la cual, dicho sea de paso, cumplen con el mandato constitucional de proteger, garantizar y fomentar los derechos humanos de las personas migrantes. Al respecto, las sentencias son públicas y están al alcance de todos.

       Seguramente, muchas reformas más acompañarán a las ya citadas, una de ellas, supongo, referirá que toda autoridad o empresa que tenga conocimiento fehaciente de que una persona o grupo de personas está o están como migrantes en el país, deberá, además de respetar sus derechos fundamentales, dar aviso de dicha situación a la institución competente del Poder Judicial de la Federación, ubicada en la Ciudad de México o en la Entidad Federativa correspondiente. Ello a efecto de que ésta designe a un asesor público que oriente, proteja o defienda los derechos humanos de la persona o grupo de personas en cuestión y, previa voluntad de las mismas, gestione su legal estancia en el país ante la instancia para ello establecida.

       En el entendido de que para asegurar una defensa adecuada y protección jurídica de calidad, dado el caso de que la persona o personas en cita no hablen o entiendan el idioma español, el asesor público, que será un profesional en derecho, también deberá contar con el reconocimiento oficial como intérprete o traductor del idioma requerido.

       Si las personas migrantes se localizan en Estaciones Migratorias y Estancias Provisionales del Instituto Nacional de Migración, éste, sin demora alguna y previa voluntad de la o las personas extranjeras, deberá dar aviso, además de los consulados respectivos, a dicha instancia competente del Poder Judicial Federal, para que ésta implemente las acciones conducentes.

       Como secuencia lógica, me parece, es probable que se agregue que, dado el caso que un operador del Poder Judicial referido, en su juzgado o tribunal, se percate de un desequilibrio procesal hacia un migrante, a fin de cumplir con su obligación constitucional de garantizar su protección jurídica y sus derechos de igualdad ante la ley y a no sufrir discriminación alguna, deberá designar, de oficio, al asesor público correspondiente, más todavía si se trata de menores o inimputables que tengan alguna discapacidad.

       Posiblemente sea un sueño lo que digo, pero, de verdad, me parece urgente que una norma resalte que tratándose de migrantes el punto fundamental y prioritario es el respeto de sus derechos humanos. Ello es así, porque sus derechos, como bien lo dicen Pablo Ceriani Cernadas, Diego R. Morales y Luciana T. Ricart, en un artículo conjunto sobre migrantes, “no se deducen de una pertenencia nacional determinada, antes bien, deben analizarse a partir de los distintos niveles en las obligaciones de respeto, protección y garantía de los derechos humanos que deben cumplir los Estados con relación a todas las personas que se encuentran bajo su jurisdicción”.

       En este sentido, los remarco, es indispensable revertir las inercias con las cuales se ha ubicado el actuar de los migrantes en el país. Dicho de otra manera, es necesario revertir que única y exclusivamente es el documento el que determina, entre nosotros, tanto su situación jurídica migratoria, como su condición como persona que es. Cuestión muy alejada de la realidad, ya que a un extranjero le asisten un conjunto indeterminado de derechos humanos, de la misma manera que a los nacionales, que están contenidos implícita y explícitamente en nuestra constitución.

       Si la constitución ya los contiene, es la ley la instancia de concreción y el medio idóneo para propiciar dicha reversión. Además, ya en este proceso, partiendo de la base de que las personas que nos ocupan carecen de documentación migratoria que justifique su estancia en el país, es momento de reconocer, seguido a ello, los engorrosos y poco difundidos procesos administrativos para los migrantes y, lo que es más importante, la inexistente asesoría pública especializada para defensa y orientación a este grupo en un proceso administrativo que comprenda notificaciones, requerimientos, comparecencias, recursos y defensas judiciales en general.

       Lo anterior, por supuesto, es susceptible de ser mesurado, pues la defensoría pública mexicana, como institución gratuita de servicio de defensa y asesoría, siempre ha estado presente. Sin embargo, para el caso específico de protección a migrantes, ésta carece, hasta el momento, de una estructura especializada para atender la totalidad del servicio requerido.

       Insisto, es necesaria una ley que permita la protección inmediata de los migrantes, bajo el principio de pleno respeto a sus derechos y no sujetar un apoyo jurídico al documento que éstos tengan o deban tener. Protección que se verá custodiada por el actuar gratuito de la defensa y asesoría competente del Poder Judicial de la Federación.

       Por otra parte, es necesaria y conveniente la intervención, por ministerio de ley, de este Poder en los procesos administrativos que tengan que ver con la detención o situación irregular de migrantes. Un migrante, para definir su situación jurídica, no puede estar supeditado al documento migratorio, sino, en general, al conjunto de derechos humanos que le asisten, por decir algunos, a la educación, vivienda, salud, defensa adecuada, ejercicio de su profesión u oficio, y a un trabajo digno.

       Sería inaceptable en el sistema jurídico mexicano que una persona migrante sea detenido por la autoridad sin previa notificación y, menos aún, que a dicha persona se le inicie un procedimiento administrativo sin el respeto a sus derechos fundamentales, ya que éstas, además de tener los mismos derechos que cualquier ciudadano nacido en mi país, por su misma condición de vulnerabilidad, tienen derecho a una protección reforzada.

       En el caso mexicano, los migrantes tienen todos los derechos que reconoce nuestra constitución y los instrumentos internacionales firmados y ratificados por el Congreso de la Unión, por mencionar algunos, tienen derecho a la nacionalidad, libre tránsito, seguridad jurídica y debido proceso, atención consular, a no ser discriminados y al asilo y refugio. Asimismo, a la protección de la unidad familiar, a la dignidad humana, a no ser criminalizado, a ser alojados en una estación migratoria, a un alojamiento digno, a no ser incomunicado, a un traductor, a no ser detenido en albergues, a la hospitalidad del Estado y a la solidaridad internacional.

       Tienen derecho a la diversidad cultural y a la interculturalidad, dicho de otra manera, tienen derecho, cito a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, “a manifestar libremente su cultura y tradiciones, siempre y cuando no vulnere derechos humanos o cometan delitos con tales conductas. Además, tiene derecho a propiciar la interculturalidad, esto es, interactuar con personas con culturas diferentes a las suyas, a efecto de lograr canales de comunicación que favorezcan la interacción respetuosa y armónica entre los grupos”.

         En este contexto, comparto lo expresado por Luis María Aguilar, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuando remarca que solamente un miope de la realidad se atrevería a señalar “a los migrantes como el origen de muchos males, sin querer darse cuenta de que también son fuente de enriquecimiento social y cultural de cualquier nación” y, por si fuera poco, a renglón seguido se compromete a impulsar un grupo especial que, desde la asesoría, les defienda y proteja.

         Se entiende que dicho grupo permitirá al Poder Judicial de la Federación, a sus operadores de justicia, cumplir, de una mejor manera y en todo el territorio nacional, con su obligación de otorgar el servicio de la asesoría pública a este grupo de personas extremadamente vulnerable. Acción que exige aristas novedosas de atención que permitan proporcionarles una real y efectiva defensa adecuada.

Esto es importante entenderlo así, pues las personas de las que hablo de ninguna manera deben ser concebidas solamente como aquellas que se localizan en un campamento o en los llamados corredores de la muerte, sino, además, deben comprender a todas aquellas que trabajan e interactúan socialmente, como lo hace todo mexicano, pero en condiciones extremadamente desprotegidas o desfavorables, social y legalmente. Nadie desconoce que en todo el país y en forma desfavorable, los hombres y mujeres migrantes trabajan y luchan, por decir algunos conceptos comunes, por su comida, servicios de salud, esparcimiento y educación para sus hijos.

       En resumidas cuentas, una de las cuestiones básicas a tener presente en las palabras del presidente de la Corte, es, me parece, el alcance del compromiso contraído. Entiendo que lo dicho por él no es coyuntural ni propio de un discurso para salir del paso. Es una acción mediante la cual se espera enfrentar un problema nacional, como es el tema de la migración, que estadísticamente hablando encierra un gran significado y, por si fuera poco, de ser atendido en forma inapropiada, generaría una alta posibilidad de descrédito en la institución pública que proceda erróneamente a enfrentarlo.

       La defensa pública de los migrantes, efectivamente, es el tema que está en la mesa. El problema se ha desbordado. El “pollero” aquél de los años cincuenta es ahora una anécdota de niños. Ahora son miles y miles de migrantes y la muerte una real amenaza pegada entre sus pasos.

         De ahora en adelante, sería lamentable que alguna institución del Estado participe o de plano lleve de la mano a los migrantes por el camino de la clandestinidad, el anonimato o un sitio de descanso permanente como puede ser la fosa común donde está enterrado mi país.

Basta ya de que a los migrantes se les vea como una mercancía, y que la delincuencia organizada o los grupos traficantes de personas, lucre con su desesperado estado de pobreza, su falta de desempleo e ilusión de buscar un espacio donde su familia coma y disfrute de lo mínimo e indispensable que tenemos todos. Basta de silencios y medidas que puedan fomentar la discriminación de los migrantes dispersos en todo el territorio nacional y, coyunturalmente, ubicados en campamentos y rutas clandestinas.

El tema de asesoría pública a migrantes está en la mesa. El legislador y el área competente del Poder Judicial de la Federación tienen la palabra. Por lo pronto un nuevo día se vislumbra: una unidad especial de asesoría, defensa y protección a migrantes y personas vulnerables.

*Pendiente de publicar en Congresistas, periódico bimensual.

 

domingo, 13 de noviembre de 2016

Ciudadanía y derechos humanos




Los migrantes o el éxodo del hambre y la violencia


Genaro González Licea



Con mi felicitación y gratitud a Congresistas en sus 16 años de periodismo al servicio ciudadano. Mil gracias por permitirme participar en su proyecto y hacer de su espacio mi casa.



Parecería que en mi país los migrantes son mercancía, pedazos de carne a la venta del mejor postor. Parecería también que sus derechos humanos se desgarran entre sus vísceras y ojos enterrados, entre sus dientes apretados por el dolor de la tortura y la impotencia.
La vida entera con sus recuerdos tristes y amorosos se asfixia y deshidrata, igual que ellos, en el último suspiro que se escurre en la oscuridad del contenedor o en el maloliente camión cerrado. En las leyes, decretos y demás documentos donde están sus derechos humanos carcomidos. La corrupción es tan grande como la descomposición social que la acompaña. El negocio es el negocio. El negocio de traficar personas es y será la marca de nuestro siglo.
         Las cifras de los migrantes desaparecidos se disparan sin control en mí país. Para unos son 70 mil, para otros 120 mil. Lo cierto es que de Chiapas a Tijuana y del Pacífico al Golfo, existe un enorme cementerio clandestino. En él las brigadas ciudadanas no se cansan de buscar y las solicitudes de exhumación se cuentan por costales. Al fondo, infinidad de tumbas secretas y apilados cadáveres se asoman como flores coloreando el infinito, el rocío que humedece el alma de la humanidad entera. Su destino fue días y noches caminar junto a su sombra. En ella unos se perdieron, otros claudicaron con su boca seca y sus pies desechos, y otros más llegaron a manos de las mafias para quedar en ellas atrapados.
Las organizaciones de derechos humanos, oficiales o no, se ven pequeñas ante el problema migratorio que se vive. Son los zopilotes los que encuentran con mayor rapidez a los migrantes abandonados en el desierto o en el llano, en la selva o en la montaña, en rancherías o en plena ciudad o puerto. Son ellos, los zopilotes, los que mejor conocen las rutas del migrante, otros también la saben, pero la callan, reconocen que es parte de su tumba y tarde o temprano el tiempo encontrará su rostro enroscado en lo negro de sus entrañas. Es la conciencia renegrida de la condición humana: cañada donde solo habita el alma del criminal, dios y el diablo y nadie más.
Violencia y pobreza es lo que lleva a los migrantes a dejar su país de origen, incluyendo, por supuesto, el nuestro. El éxodo del hambre, la violencia, la pobreza, es lo que caracteriza a la migración de nuestros días. En ella niños, jóvenes, ancianos y matrimonios mueren por igual.
         La globalización ha generado una masacre de egoísmo y corrupción. Una madeja de peste negra y vómito inhumano. En nuestros días es intrascendente saber quién vende y quién compra a los migrantes. Si lo que se vende son seres humanos, animales o costales de papas, o si los traficantes de personas cumplen o no su trato. Se sabe que las detonaciones solo perforan el silencio de la noche y los picos y las palas el vientre de la tierra y el llanto de la luna.



         Las instituciones atadas de pies y manos muerden en silencio su propio dolor republicano. Son instituciones impotentes, muchas de ellas han caído abatidas por la corrupción y el lodo que supura en sus paredes, otras por lo obsoleto de su actuar jurídico, político y administrativo. Papeles y papeles para pasar una solicitud de un escritorio a otro, y del último escritorio al principio o tal vez a la basura. Todas en su conjunto tienen en común una impresionante falta de credibilidad en su actuar e investidura, en su incapacidad de renovarse y proporcionar servicios de calidad desde sus respectivas competencias.



Es triste que desde hace tiempo gran parte de la ciudadanía ha dejado de sentir un respaldo en las instituciones del Estado. Sus programas se han alejado de la razón que les dio vida. Son las personas, los ciudadanos con sus carencias y limitaciones, las que se organizan para enfrentar y resolver sus múltiples problemas. En materia de apoyo a migrantes, problema que ha rebasado a las instituciones estatales para tal efecto creadas, vale más lo que acurden dos o tres personas sobre el apoyo concreto que llevarán a cabo hacia ellos, que toneladas de disposiciones y discursos que día a día se publican en medios de comunicación oficiales y privados.



         Las instituciones migratorias, sin más deseo que ejercer su presupuesto y verse de perfil en el espejo, deciden con esquemas normativos desactualizados, rancios, empolvados y caducos para nuestros tiempos. Cuestión que redondean con la iluminación del más allá o del más acá, lo mismo da, como poner murallas al país, alambradas, retenes, palizadas, cercos psicológicos y estaciones migratorias para resolver el problema que tratamos. Son acciones simbólicas del poder del Estado. Ente todo poderoso que hace y deshace, con la ley en la mano, el derecho que asiste a los migrantes.



         Te detengo, te interrogo, te expulso sin más trámite que mi voluntad expresa, esto último afortunadamente ya se modificó en mi país a partir del dos mil once y, con ello, las cláusulas de exclusión que se hicieron valer en los tratados internacionales firmados al respecto. Desafortunadamente las inercias continúan. El gran pretexto sigue siendo el papel o documento que acredite o no la legal estancia de la persona extranjera que se encuentra en nuestro país. Antes despectivamente se les decía ilegales, ahora indocumentados. En el fondo, el lenguaje es lo único que ha cambiado.



         Ningún migrante trae documento migratorio. Trae, si acaso, una credencial que le identifica, una fotografía del ser o seres queridos y una imagen religiosa. Todo ello se lo quitan en el retén, en los contenedores, en la fosa donde descansarán y muchas veces es la misma que ellos cavan. Dientes y huesos es la única pista de identidad que queda, además, naturalmente, del eterno recuerdo que de él quede en este mundo.



Es obsoleto el derecho y la política que se aplica a los migrantes en mi país, en realidad, de la perspectiva que se tiene sobre el derecho migratorio. Los derechos de las personas extranjeras son iguales que los derechos de los nacionales. Es cierto que los Estados tienen una facultad regulatoria en materia de extranjería, cuestión regulada por el derecho internacional y los tratados propios de la materia. Sin embargo, dicha facultad se rige, por encima de todo, bajo el principio de pleno respeto a los derechos humanos y, de ninguna manera, desde la idea de que por ser o parecer extranjero te detengo.



Dicho en otros términos, es ilegal detener a alguien por lo que es o se piensa que es. En última instancia, la autoridad competente de detener a una persona, previa investigación del caso, debe ser por lo que hace y tiene los elementos para acusarle y, el acusado, por su parte, tiene el derecho de que se le demuestre en juicio los hechos de que se le acusa, y él, por supuesto, de desvirtuarlos.



Recuerdo aquí una jurisprudencia que instruye que el orden jurídico de mi país se pronuncia por el derecho penal del acto y rechaza el derecho penal del autor. Criterio que si bien es propio del derecho penal, nada impide su práctica en materia administrativa y, menos aún, en aquellos casos donde sin justificación alguna se pretende coartar el derecho de libre tránsito de una persona o, peor aún, privarla de su libertad, sea ésta nacional o extranjera.



         De ser extranjera, tales actos por parte de la autoridad serían doblemente imperdonables, pues las personas con dicha característica se consideran como un sector vulnerable en nuestro territorio, al no conocer sus leyes, usos y costumbres y, por ello mismo, les asiste una reforzada protección legal a fin de garantizar y proteger sus derechos humanos.




*Pendiente de publicar en Congresistas, periódico bimensual.



 

domingo, 30 de octubre de 2016

Ciudadanía y derechos humanos




Migrantes y derechos humanos*


Genaro González Licea

Hoy en día todavía hay quienes con visión miope de la realidad miran y señalan a los migrantes como el origen de muchos males, sin querer darse cuenta de que también son fuente de enriquecimiento social y cultural de cualquier nación.

Luis María Aguilar Morales


Sucede que en mi país, desde hace tiempo, se ha dado por sembrar personas en lugar de puños de maíz. Muchos de ellos son migrantes arrojados al vacío por el hambre y el desempleo, la inseguridad y la violencia que padecen, que padecemos, en esta sociedad global.
Es un oleaje de peste negra que no distingue ni edades ni sexo. Niños, mujeres y hombres son sepultados por igual. Muerte y migrantes se unen en un punto del camino. La muerte es cruel con el que busca encontrar su propia vida y el remanso de su muerte. Vivir en comunidad y en paz consigo mismo, ser otro y al mismo tiempo el mismo.
La muerte es cruel con los migrantes. Es una muerte que me duele porque ellos al morir yo muero. Muerte y morir son dos cosas que se mezclan al beber el agua. Nosotros, por sí solos, jamás sabremos que es la muerte y el morir por siempre. Uno sabe que la muerte es muerte no porque uno muere, sino porque es el otro el que perece y la humanidad toda con él.
         Familias de miles y miles de migrantes desaparecidos, situación tal vez más dolorosa que la propia muerte, caminan sin encontrar ningún rastro del ser amado. Les guía el instinto y el vaho de calor dejado por los migrantes en las piedras del camino, en las llagas del sol tendidas sobre el piso. ¿Dónde está mi hija, hijo, nieto, esposa o sobrino?, se preguntan desechos de amor y de cansancio mientras buscan sin encontrar a esa parte muy suya, muy íntima que desapareció entre las flores del camino, las hojas de la selva y el aroma permanente de los pinos. ¿Dónde están los migrantes, dónde?
Caravanas de seres queridos una y otra vez buscan por las rutas del migrante. En su peregrinar, ya por valles y matorrales cercanos a la vía del tren, ya por desiertos, selvas, montes o rancherías, encuentran cruces y tumbas, lamentos pegados en las piedras, sangre seca a la orilla del río o pus colgando en la sombra de un árbol que se muere. Son paisajes subterráneos donde los infiernos de Dante son un bello paraíso. Son paisajes donde han transitado, en las nueve o diez o treinta capas de tierra si se quiere, no las mezquindades propias de la condición humana, la rapiña solo camina a flor de piel, sino simples personas como somos todos los que buscamos ganar el pan y el agua para sobrevivir.
         Y es en la última capa del viaje de ultratumba donde la muerte vive agazapada. En ella sucumbieron tantos migrantes, tantos, tantos, que sus cuerpos fueron arrojados al vacío, al peñasco donde el eco vive, a la fosa común donde uno sobre otro le dijeron a dios a este mundo. Tierra y cal fue su oración de despedida. Fraude y corrupción supuraron el sueño de sus sueños. Sus miradas ya nunca dejarán de ver el infinito, y su hermandad, agua que bebieron en la cuenca de sus manos, siempre nos recordará ese agridulce sabor de su paso por la vida.
Infatigables los familiares peregrinos, madres y ancianas por delante, buscan sin tregua a sus seres desaparecidos. Caminan por las rutas de ultratumba, por lugares donde el viento llora, por veredas donde el presagio se siente en los talones, y la esperanza de encontrar el amor perdido, suavemente lagrimea en la porosidad del alma. El viento, como alarido, rompe el presagio de la muerte. Las madres lo saben bien, nadie las engaña, es un viento seco que golpea las entrañas, la sangra y despelleja, se clava y enrosca como animal que suelta su último suspiro.
         Es hora de golpear la tierra, de penetrarla con ese báculo de acero dolorosamente puntiagudo. Tres golpes es el santo y seña, después otros tres y tres más para decirle a la muerte que ya no descansará muy sola. Los gritos de las vísceras y tejidos roídos por gusanos se pegan en el báculo que anuncia el nuevo día. Cavar, cavar, cavar.
         Son ellos, otros y otros más. El subsuelo de mi país está sembrado de migrantes. Ciento cincuenta fosas clandestinas aquí, noventa allá, setenta y cinco más allá. Le siguen seis, catorce, veinte y quién sabe cuántas más. Fosas, fosas y fosas clandestinas en la ruta subterránea del migrante. Los cuerpos anónimos tapizan el mapa nacional. Los picos, las palas y varillas de acero terminan gastados igual que las madres peregrinas. Los cuerpos de los migrantes, unos frescos aún, otros podridos y desechos, parecen respirar de alivio y decir por última vez su nombre.
Las autoridades callan, se lavan las manos como Pilatos y dicen que por más que buscan no encuentran ni un zapato, ni un peluche, ni una gorra vieja que les lleve al paradero de un migrante. La sociedad civil otra vez presente. La ciudadanía evidenciando los derechos humanos pisoteados. Qué lástima que algunas autoridades y sectores mezquinos de la sociedad le ofrezcan a los migrantes en lugar de agua para continuar su camino, miles y miles de litros de repelente para insectos. Bolsas negras y tratos denigrantes.
         La ironía de la vida. Muchos reclamaron sus derechos antes de dormir en la fosa clandestina. Otros fueron asistidos en casas de campaña atendidas por mujeres que ya cansadas de no dar algo de sí al otro que tanto lo requiere, o cansadas simplemente de que en su casa sean golpeadas por las tradiciones machistas arraigadas hasta el ombligo, dejan su pasado e inician el recorrido de un nuevo sendero por la vida. Ahora serán enfermeras, cocineras, meseras, asistentes de niños desnutridos, de señoras y jóvenes violadas y, por supuesto, sin dejar de ser madres y personas que llevan el peso de su casa.
Qué bueno que las mujeres, hombres y no se diga jóvenes, ya no se van, como hace siglos, a los conventos o cementerios espirituales de retiro. Ochocientos migrantes por pasada del tren y el doble que llega caminando paso a paso, les agradecen. Las Patronas son unas, los caravaneros son otros y las carpas que se instalan a la orilla de las vías del tren son otras más. Agréguese organizaciones internacionales y nacionales de derechos humanos en apoyo a migrantes, y miles de personas sin nombre que les obsequian tortillas, frijoles, arroz y ropa limpia, no nueva, para el camino.
         Este es el apoyo de la sociedad civil a los migrantes, que bien puede pasar como políticas públicas en serio. Este es el ejemplo a tantas personas e instituciones que ven a los migrantes como una mercancía, sin darse cuenta que son personas y ciudadanos que huyen del hambre, desempleo, inseguridad y violencia de sus respectivos lugares de origen y se internan a otro donde las cosas no son tan distintas como allá …
Los migrantes, en mí país, son personas que buscan una vida distinta y encuentran, muchas veces, una fosa clandestina como casa. El alma enroñada de los enterradores jamás descansará sobre la tierra.


*Pendiente de publicar en Congresistas, periódico bimensual.
  

Ciudadanía y derechos humanos




Migrantes y derechos humanos*


Genaro González Licea

Hoy en día todavía hay quienes con visión miope de la realidad miran y señalan a los migrantes como el origen de muchos males, sin querer darse cuenta de que también son fuente de enriquecimiento social y cultural de cualquier nación.

Luis María Aguilar Morales


Sucede que en mi país, desde hace tiempo, se ha dado por sembrar personas en lugar de puños de maíz. Muchos de ellos son migrantes arrojados al vacío por el hambre y el desempleo, la inseguridad y la violencia que padecen, que padecemos, en esta sociedad global.
Es un oleaje de peste negra que no distingue ni edades ni sexo. Niños, mujeres y hombres son sepultados por igual. Muerte y migrantes se unen en un punto del camino. La muerte es cruel con el que busca encontrar su propia vida y el remanso de su muerte. Vivir en comunidad y en paz consigo mismo, ser otro y al mismo tiempo el mismo.
La muerte es cruel con los migrantes. Es una muerte que me duele porque ellos al morir yo muero. Muerte y morir son dos cosas que se mezclan al beber el agua. Nosotros, por sí solos, jamás sabremos que es la muerte y el morir por siempre. Uno sabe que la muerte es muerte no porque uno muere, sino porque es el otro el que perece y la humanidad toda con él.
         Familias de miles y miles de migrantes desaparecidos, situación tal vez más dolorosa que la propia muerte, caminan sin encontrar ningún rastro del ser amado. Les guía el instinto y el vaho de calor dejado por los migrantes en las piedras del camino, en las llagas del sol tendidas sobre el piso. ¿Dónde está mi hija, hijo, nieto, esposa o sobrino?, se preguntan desechos de amor y de cansancio mientras buscan sin encontrar a esa parte muy suya, muy íntima que desapareció entre las flores del camino, las hojas de la selva y el aroma permanente de los pinos. ¿Dónde están los migrantes, dónde?
Caravanas de seres queridos una y otra vez buscan por las rutas del migrante. En su peregrinar, ya por valles y matorrales cercanos a la vía del tren, ya por desiertos, selvas, montes o rancherías, encuentran cruces y tumbas, lamentos pegados en las piedras, sangre seca a la orilla del río o pus colgando en la sombra de un árbol que se muere. Son paisajes subterráneos donde los infiernos de Dante son un bello paraíso. Son paisajes donde han transitado, en las nueve o diez o treinta capas de tierra si se quiere, no las mezquindades propias de la condición humana, la rapiña solo camina a flor de piel, sino simples personas como somos todos los que buscamos ganar el pan y el agua para sobrevivir.
         Y es en la última capa del viaje de ultratumba donde la muerte vive agazapada. En ella sucumbieron tantos migrantes, tantos, tantos, que sus cuerpos fueron arrojados al vacío, al peñasco donde el eco vive, a la fosa común donde uno sobre otro le dijeron a dios a este mundo. Tierra y cal fue su oración de despedida. Fraude y corrupción supuraron el sueño de sus sueños. Sus miradas ya nunca dejarán de ver el infinito, y su hermandad, agua que bebieron en la cuenca de sus manos, siempre nos recordará ese agridulce sabor de su paso por la vida.
Infatigables los familiares peregrinos, madres y ancianas por delante, buscan sin tregua a sus seres desaparecidos. Caminan por las rutas de ultratumba, por lugares donde el viento llora, por veredas donde el presagio se siente en los talones, y la esperanza de encontrar el amor perdido, suavemente lagrimea en la porosidad del alma. El viento, como alarido, rompe el presagio de la muerte. Las madres lo saben bien, nadie las engaña, es un viento seco que golpea las entrañas, la sangra y despelleja, se clava y enrosca como animal que suelta su último suspiro.
         Es hora de golpear la tierra, de penetrarla con ese báculo de acero dolorosamente puntiagudo. Tres golpes es el santo y seña, después otros tres y tres más para decirle a la muerte que ya no descansará muy sola. Los gritos de las vísceras y tejidos roídos por gusanos se pegan en el báculo que anuncia el nuevo día. Cavar, cavar, cavar.
         Son ellos, otros y otros más. El subsuelo de mi país está sembrado de migrantes. Ciento cincuenta fosas clandestinas aquí, noventa allá, setenta y cinco más allá. Le siguen seis, catorce, veinte y quién sabe cuántas más. Fosas, fosas y fosas clandestinas en la ruta subterránea del migrante. Los cuerpos anónimos tapizan el mapa nacional. Los picos, las palas y varillas de acero terminan gastados igual que las madres peregrinas. Los cuerpos de los migrantes, unos frescos aún, otros podridos y desechos, parecen respirar de alivio y decir por última vez su nombre.
Las autoridades callan, se lavan las manos como Pilatos y dicen que por más que buscan no encuentran ni un zapato, ni un peluche, ni una gorra vieja que les lleve al paradero de un migrante. La sociedad civil otra vez presente. La ciudadanía evidenciando los derechos humanos pisoteados. Qué lástima que algunas autoridades y sectores mezquinos de la sociedad le ofrezcan a los migrantes en lugar de agua para continuar su camino, miles y miles de litros de repelente para insectos. Bolsas negras y tratos denigrantes.
         La ironía de la vida. Muchos reclamaron sus derechos antes de dormir en la fosa clandestina. Otros fueron asistidos en casas de campaña atendidas por mujeres que ya cansadas de no dar algo de sí al otro que tanto lo requiere, o cansadas simplemente de que en su casa sean golpeadas por las tradiciones machistas arraigadas hasta el ombligo, dejan su pasado e inician el recorrido de un nuevo sendero por la vida. Ahora serán enfermeras, cocineras, meseras, asistentes de niños desnutridos, de señoras y jóvenes violadas y, por supuesto, sin dejar de ser madres y personas que llevan el peso de su casa.
Qué bueno que las mujeres, hombres y no se diga jóvenes, ya no se van, como hace siglos, a los conventos o cementerios espirituales de retiro. Ochocientos migrantes por pasada del tren y el doble que llega caminando paso a paso, les agradecen. Las Patronas son unas, los caravaneros son otros y las carpas que se instalan a la orilla de las vías del tren son otras más. Agréguese organizaciones internacionales y nacionales de derechos humanos en apoyo a migrantes, y miles de personas sin nombre que les obsequian tortillas, frijoles, arroz y ropa limpia, no nueva, para el camino.
         Este es el apoyo de la sociedad civil a los migrantes, que bien puede pasar como políticas públicas en serio. Este es el ejemplo a tantas personas e instituciones que ven a los migrantes como una mercancía, sin darse cuenta que son personas y ciudadanos que huyen del hambre, desempleo, inseguridad y violencia de sus respectivos lugares de origen y se internan a otro donde las cosas no son tan distintas como allá …
Los migrantes, en mí país, son personas que buscan una vida distinta y encuentran, muchas veces, una fosa clandestina como casa. El alma enroñada de los enterradores jamás descansará sobre la tierra.


*Pendiente de publicar en Congresistas, periódico bimensual.