Los derechos humanos, entre el
aplauso y el adiós
Genaro
González Licea
Foto: Ingrid L. González Díaz
Si realmente deseamos que los derechos humanos
constituyan un nuevo paradigma, una nueva visión en las personas y una nueva
forma en el comportamiento de las mismas, es necesario modificar las
estrategias del Estado para fomentar el respeto a los derechos humanos.
Cuestión
que se logra, estimo, sí y solo sí se ciudadanizan éstos a través de procesos
educativos. De no ser así, veo el eminente declive de los derechos
fundamentales en mi país. El sueño roto del Estado en este renglón.
Esta
es la razón, me parece, del porqué se incorpora el instrumento educativo en la
reforma de derechos humanos de dos mil once. Dejemos las políticas públicas del
festejo y el aplauso. De fomentar primero los derechos humanos reconocidos, sin
mencionar los deberes que ello implica y, muchos menos, propiciar la construcción
de los mismos desde el respeto al actuar y convivencia del otro. El otro que es
porque es una parte de nosotros mismos.
Lo
diré una vez más, la ciudadanización de los derechos humanos está en la
educación. En el artículo 3º constitucional que reconoce a ésta como un
instrumento para respetar los derechos y deberes humanos en un atmósfera
democrática, de paz y no de guerra. Como un medio para generar ciudadanos,
personas consientes de lo que son, somos y queremos ser y, al hacerlo, dejar de
ser únicamente habitantes de un país, estado, municipio, calle u hogar.
Todos
nosotros al vivir en sociedad, niños y adultos, somos seres humanos que como
tales tenemos derechos y obligaciones, en ese sentido todos somos habitantes.
Sin embargo, adquirir conciencia de éstos y ejercerlos con el respeto y
tolerancia debida, es lo que nos transforma en ciudadanos.
El
señalamiento de dicho artículo constitucional es claro. Exhorto a la relectura
del mismo. Ahí se dice, en cuanto lo que me interesa resaltar aquí, que todo individuo
tiene derecho a recibir educación. Y agrega dos cuestiones que de ninguna
manera deben pasar desapercibidas.
En primer
lugar, que la educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar
armónicamente, todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez,
el amor a la patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de la
solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia y, segundo
lugar, que la educación contribuirá a la mejor convivencia humana, tanto por
los elementos que aporte a fin de robustecer en el educando, junto con el
aprecio para la dignidad de la persona y la integridad de la persona y la
integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad,
cuanto por el cuidado que ponga en sustentar los ideales de fraternidad e
igualdad de derechos de todos los hombres, evitando los privilegios de razas,
de religión, de grupos, de sexos o de individuos.
De
esta manera, es claro, para mí, que si el tema central de los derechos humanos
está más que en el ámbito jurídico en el educativo, entonces bien se podía
decir que en mi país autoridades y ciudadanos estamos aún en el festejo de los
derechos humanos y, al mismo tiempo, en el incumplimiento constitucional de los
compromisos contraídos sobre el tema.
Leo
una y otra vez en libros y sentencias que los derechos humanos son los
principales elementos del parámetro de control constitucional en nuestro orden
jurídico, ya que son mandatos de optimización que ordenan que ciertos bienes,
libertades o prerrogativas se protejan en la mayor medida posible de acuerdo
con las condiciones fácticas y jurídicas del caso.
Se
parte de derechos humanos constituidos, de garantías constitucionales ya
construidas, pero todo indica que carecen de la solidez que tienen aquellas
categorías jurídicas sustentadas en el respeto y la convivencia que impone la
lógica y sentido común de las propias personas al convivir en sociedad.
Consensos que bien se pueden ver como defensas primarias de los derechos
humanos.
Remarcar la importancia del derecho de los derechos
humanos sobre todo aquello que implique respeto a las personas y a la
convivencia de éstas, implica, a mi parecer, priorizar la esfera de resultante
sobre la principal, los efectos sobre la esencia, lo secundario sobre lo
principal.
El derecho, recordemos
siempre, es un instrumento de protección del actuar humano, en tanto que éste
está conforme a una determinada forma de ser y actuar de una comunidad, a la
costumbre como forma o regla de comportamiento social. Regla que, como bien lo
dice José Ferrater Mora en su diccionario
de filosofía, al estar instalada en el ámbito jurídico se “acata o cumple
sin desviaciones, rodeos o vacilaciones”, entre otras cosas por la legitimación
en ella contenida.
Redondea lo expuesto, la definición misma de derecho,
expuesta por Eduardo J. Couture, vocabulario
jurídico, “orden jurídico general, sistema de normas que regulan la
conducta humana en la forma bilateral, externa y coercible, con el objeto de
hacer efectivos los valores jurídicos reconocidos por la comunidad”. Para no
dejar hilos sueltos, repito la última parte: hacer efectivos los valores
jurídicos reconocidos por la comunidad.
Es necesario y urgente replantear el camino. Se debe
incorporar en los programas educativos de los niveles de preescolar, primaria y
secundaria, así como en el nivel medio y superior, un comportamiento de respeto
y convivencia, de civilidad en pocas palabras, indispensable para vivir en
sociedad. Es indispensable educar y educarnos para ser ciudadanos más que
habitantes. Respetarnos como somos, lo cual significa respetar y respetarnos en
nuestro desarrollo como personas y de nuestra personalidad y, con ello,
respetar la dignidad tanto propia como la del otro.
La educación es el medio
idóneo para socializar y modificar comportamientos, para ejercer derechos y
obligaciones contraídas, derechos individuales y deberes públicos, pero,
además, permite una sólida construcción de nuestra propia persona y desarrollo
de personalidad.
Sin el consenso social, los
derechos humanos pueden colapsar. Es delicado que gire toda una estructura
jurídica en torno a ellos, si éstos carecen de credibilidad, consenso y
significado social. Sobre el particular, la idea que siempre he tenido es que si
los derechos humanos no están incorporados en el actuar cotidiano de la persona
como persona, y como persona en colectividad, carecen de significado pleno.
Idea que aquí he tratado como ciudadanización de los derechos fundamentales.
Es momento de reencauzar el
rumbo de los derechos humanos en mi país. Es urgente recordar la importancia
que tiene la educación en los procesos de modificación y formación de
conductas. Propongo una alternativa muy modesta pero concreta y congruente con
lo hasta aquí planteado: implementar en los niveles de primaria y secundaria,
una materia sobre la educación en los derechos que nos ocupan. Educación ciudadana en derechos humanos
sería su nombre.
El nombre, la verdad, sería
lo de menos. Lo realmente importante es girar la cara y ver el potencial de la
educación como medio para ciudadanizar los derechos fundamentales, lo cual
implica, fomentar el respeto y la convivencia a las personas y entre las
personas.
Es imprescindible una nueva
visión de los derechos que aquí se comentan. Los derechos humanos reconocidos
desde el poder y manejados para el poder pueden, por ese hecho, ser muy
frágiles y fácilmente iniciar su decadencia.
Paralelamente a la
asignatura propuesta, existe otro sector que también la requiere, en virtud de
que es y será su operador educativo. Efectivamente, me refiero al sector
docente. ¿Y quién educa al educador? Es la interrogante y reclamo que corre en
los pasillos de casas e instituciones. La materia sería enseñanza educativa y derechos humanos. En la mesa están las
propuestas.
Esta nueva visión de
fomentar los derechos fundamentales, rige para todos los niveles educativos y
carreras profesionales, cosa que incluye, por supuesto, la carrera de derecho.
Siempre he comentado que la reforma en derechos humanos rebasa, con mucho, el
marco de lo jurídico. Con lo hasta aquí expuesto nuevamente insisto en ello.
La educación y enseñanza de
los derechos humanos es un tema y materia autónoma, cuya modalidad está en la
perspectiva disciplinaria en la cual se pretenden fomentar los derechos en
cuestión. Perspectiva que puede ser en política, filosofía, derecho, ética
cívica, economía, medicina y tantas disciplinas de conocimiento que existen.
De ninguna manera se requieren dos dedos de frente
para deducir que lo que propongo es una política de educación y enseñanza de
derechos fundamentales sustentada, naturalmente, en una visión laica.
Los derechos humanos se han convertido en una
herramienta estratégica procesal, en una estrategia de litigio, no en un medio
para fomentar el respeto al otro. Sé que el individualismo cultural y de
mercado, choca día a día con la solidaridad humana, con la convivencia en un
espacio que compartimos.
Sin embargo, si realmente queremos reconocer la
dignidad de las personas y sus derechos que le asisten, me parece que tanto los
individuos como las instituciones, se deben esmerar por promover, mediante la
enseñanza y la educación, el respeto a las personas y a la convivencia de
éstas.
* Pendiente de publicarse en Congresistas, periódico bimensual.