jueves, 28 de julio de 2016

Ciudadanía y derechos humanos*

Discapacidad, una forma diferente de ser

Foto: Ingrid L. González Díaz



Genaro González Licea


Tener una discapacidad es tener una condición distinta, una forma de ser distinta. Pero no significa tener una forma de vivir distinta. Eres igual, vives igual, sientes igual. Tienes las mismas necesidades. Tienes la necesidad de vivir con las demás personas. Tienes la necesidad de que te acepten como eres.
Sandra Jiménez Loza


La discapacidad es una forma diferente de ser. Es una forma muy propia de ver el mundo, de actuar en él. Discapacidad de ninguna manera significa la nulidad de una persona y, mucho menos, puede tomarse como un pretexto para denigrarla, discriminarla o excluirla de un mundo que se comporta de acuerdo con determinados parámetros, con estándares y estereotipos sociales, moldes de pensamiento, en la gran mayoría de los casos, llenos de perjuicios sobre la visión de un mundo interpretado al derecho y olvidado en su revés.
          La dictadura de las grandes estructuras de poder que, con el tiempo, forman parte del actuar cotidiano de niños y ancianos. La disidencia aquí es inaceptable, también la crítica y autocrítica. Las cosas se deben observar y hacer bajo un cierto parámetro. Hacerlo de distinta manera sería propio de un enfermo, desadaptado, loco. Recuerdo a León Felipe, ya no hay locos, “todo el mundo está cuerdo, terrible, horriblemente cuerdo. Cuando se pierde el juicio, yo pregunto cuándo se pierde, cuándo. Si no es ahora que una vida vale menos que el orín de los perros”.
          Es patético que en una sociedad todo el mundo siga un estándar de cuerdo, terriblemente, horriblemente cuerdo. Diga usted si no hay discapacidad mental de las personas que lo ordenan y construyen. Las modas, los comportamientos sociales. Tu ríes cuando debas de reírte no cuando quieras, igual sucede con llorar, comer o jugar. A estos estándares se sujetó la discapacidad por mucho tiempo. Las cosas, afortunadamente, han cambiado poco a poco.
          En principio, los discapacitados ya no son ubicados como enfermos, sino como personas que les asiste la normalidad de todo el mundo, esa normalidad que, sin embargo, no anula su forma de ser distintos, su derecho humano a mantener su autonomía como personas que son y propiciar su propio desarrollo de personalidad y forma de ser. Ese derecho humano, en suma, de respeto y tolerancia que comprende todo aquello que significa no trastocar su dignidad como persona.
Durante mucho tiempo fue muy lamentable que a los discapacitados los escondiesen en sus casas. Hoy día, afortunadamente, transitan en las calles, disfrutan los parques y jardines, y se horrorizan, como miles de personas, por la violencia social, las banquetas sucias, los robos, asaltos y riñas. Ahora en libertad ven la salida del sol y la caída del ocaso. Sienten como la noche toca sus manos y el fresco de la luna los pasea por la orilla de sus sueños.
Hoy en día los discapacitados viven con dignidad la vida y esperan de la misma manera la muerte. Muchos años han pasado para quitarles la losa discriminatoria de verlos como nulidad humana. No tengo la fortuna de conocer a una persona que no requiera del otro. Dependemos unos de otros, tanto como de nosotros mismos. El grado de dependencia, cuidado y apoyo, dependerá de cada persona, de cada situación concreta, medio social y cultural. Unos respecto a una enfermedad física, otros mental, otros por el paso mismo del tiempo.
Esta idea de fondo la extraje de un excelente trabajo de investigación, pendiente de publicar, de Frida González Díaz, denominado Envejecimiento, dependencia y cuidados informales. Un acercamiento a partir de la encuesta nacional de salud y envejecimiento en México (ENASEN) 2012. En él empecé a comprender lo complejo de la dependencia humana, su modulación en una persona y, por sobre todas las cosas, que la salud como ausencia de enfermedad es una definición muy corta y simple, en tanto que la vejez, envejecer, es un comportamiento natural por el simple paso del tiempo y, por ello mismo, no encierra ningún secreto para aquella persona que la vive.
Entendí que lo importante no es envejecer por el simple paso del tiempo, sino todo aquello que uno propicia, como ser racional, para que acontezca en ese paso del tiempo, en esa vida cotidiana muy propia, muy nuestra, muy de todos como seres sociales que somos. Actitud que encierra una forma de vida, una forma de ser y hacer, lo que está a nuestro alcance hacer, desde nuestra propia condición física, mental o social donde estamos situados.
Los estereotipos y paradigmas son frágiles como la caída del atardecer, como el desplome de la bolsa de valores. Son expresiones que cosifican la realidad, la encapsulan como cuerpo en una tumba. La discapacidad de una persona es tan compleja que, por supuesto, no solamente se debe referir a lo que en términos sociales se conoce como disfuncionalidad, sino también en relación con lo que somos y queremos ser como personas, y es aquí donde el contexto social influye sobre manera.
Una persona que padece esclerosis múltiple, a la vista de todos puede pasar por muerta. Sin embargo, una persona así, puede, incluso, perder toda capacidad de movimiento, pero en su interior y vivacidad, forma de ser y ver la vida, sabe lo que significa decirse a sí mismo, a sus iguales y al mundo entero, lo importante que es vivir desde una perspectiva social diferente de ser, no de sentir o amar donde todos sentimos y amamos por igual.
Una persona así, pone a su alcance un sistema de reconocimiento de voz que le permite expresar lo que quiere y desea y, de esta manera, deja en su justa connotación su peculiar tipo de apoyo, dependencia, cuidado o discapacidad. Lo mismo sucede con la persona que vive con la amputación de un pié, una mano, un sordo, ciego o mudo. La discapacidad de la persona depende de cada cual, no así los apoyos o cuidados, los cuales hasta estos momentos descansan en un alto porcentaje en la familia o amigos, sectores informales para decirlo globalmente. La ausencia es el Estado, o bien, para decirlo mesuradamente, las políticas públicas necesarias por parte del Estado.
Es más que necesaria la visibilidad de la discapacidad de las personas que viven en una determinada comunidad. Visibilidad que debe comprender, por lo menos, dos eslabones específicos, sin olvidar las peculiaridades concretas de cada persona, contexto social y cultura.
Todos nosotros, tu, yo, el otro y aquél, como dije, envejecen, envejecemos día a día. Hay un eslabón, el primero, donde la vejez que se genera con el simple paso del tiempo, conlleva múltiples riesgos de salud, los cuales, parecería, son invisibles a los ojos del Estado, ya sea porque el soporte social es la familia o la persona misma envejecida que tuvo la precaución y posibilidad de vivir con dignidad la recta final de su vida. Digo precaución y posibilidad porque me parece que todos o, para no ser rotundo, la mayoría si se quiere, tenemos el deseo, la precaución de vislumbrar la recta final de nuestra vida, empero, no todos tenemos la posibilidad de responder a ella, sea porque nuestro trabajo genera plusvalía para otros, o bien porque nuestros ingresos no permiten la posibilidad de ahorro.
El otro gran eslabón es, en realidad, el que se conoce como proceso social del envejecimiento del adulto mayor. Aquí las variables sociales, laborales, económicas, familiares y de política estatal, se dan cita de manera pronunciada. En forma general se habla de dos grandes sectores, el informal y el formal.
De acuerdo a la bibliografía consultada, es en el primero donde realmente descansa dicho proceso de envejecimiento (papás, hermanos, abuelos, vecinos, conocidos, entre otros) y, en el segundo, que corresponde a las políticas públicas del Estado, su omisión es más que evidente. Parecería que una persona arrojada, por su edad o discapacidad, del mercado laboral, de la misma manera es arrojado por el Estado cuyas instituciones no son de fines lucrativos, pero sobre sí existen, constitucionalmente hablando, múltiples responsabilidades sociales que cumplir y en ellas no cabe el silencio.

 *Pendiente de publicarse en Congresistas, periódico bimensual.