Los migrantes o el éxodo del hambre y la violencia
Genaro González Licea
Con mi felicitación y gratitud a Congresistas
en sus 16 años de periodismo al servicio ciudadano. Mil gracias por permitirme
participar en su proyecto y hacer de su espacio mi casa.
Parecería que en mi país los migrantes son
mercancía, pedazos de carne a la venta del mejor postor. Parecería también que
sus derechos humanos se desgarran entre sus vísceras y ojos enterrados, entre
sus dientes apretados por el dolor de la tortura y la impotencia.
La vida entera con sus recuerdos tristes y
amorosos se asfixia y deshidrata, igual que ellos, en el último suspiro que se
escurre en la oscuridad del contenedor o en el maloliente camión cerrado. En
las leyes, decretos y demás documentos donde están sus derechos humanos
carcomidos. La corrupción es tan grande como la descomposición social que la
acompaña. El negocio es el negocio. El negocio de traficar personas es y será
la marca de nuestro siglo.
Las
cifras de los migrantes desaparecidos se disparan sin control en mí país. Para
unos son 70 mil, para otros 120 mil. Lo cierto es que de Chiapas a Tijuana y
del Pacífico al Golfo, existe un enorme cementerio clandestino. En él las
brigadas ciudadanas no se cansan de buscar y las solicitudes de exhumación se
cuentan por costales. Al fondo, infinidad de tumbas secretas y apilados cadáveres
se asoman como flores coloreando el infinito, el rocío que humedece el alma de
la humanidad entera. Su destino fue días y noches caminar junto a su sombra. En
ella unos se perdieron, otros claudicaron con su boca seca y sus pies desechos,
y otros más llegaron a manos de las mafias para quedar en ellas atrapados.
Las organizaciones de derechos humanos,
oficiales o no, se ven pequeñas ante el problema migratorio que se vive. Son
los zopilotes los que encuentran con mayor rapidez a los migrantes abandonados
en el desierto o en el llano, en la selva o en la montaña, en rancherías o en
plena ciudad o puerto. Son ellos, los zopilotes, los que mejor conocen las rutas
del migrante, otros también la saben, pero la callan, reconocen que es parte de
su tumba y tarde o temprano el tiempo encontrará su rostro enroscado en lo
negro de sus entrañas. Es la conciencia renegrida de la condición humana: cañada
donde solo habita el alma del criminal, dios y el diablo y nadie más.
Violencia y pobreza es lo que lleva a los
migrantes a dejar su país de origen, incluyendo, por supuesto, el nuestro. El
éxodo del hambre, la violencia, la pobreza, es lo que caracteriza a la
migración de nuestros días. En ella niños, jóvenes, ancianos y matrimonios
mueren por igual.
La
globalización ha generado una masacre de egoísmo y corrupción. Una madeja de
peste negra y vómito inhumano. En nuestros días es intrascendente saber quién
vende y quién compra a los migrantes. Si lo que se vende son seres humanos,
animales o costales de papas, o si los traficantes de personas cumplen o no su
trato. Se sabe que las detonaciones solo perforan el silencio de la noche y los
picos y las palas el vientre de la tierra y el llanto de la luna.
Las instituciones atadas de pies y
manos muerden en silencio su propio dolor republicano. Son instituciones
impotentes, muchas de ellas han caído abatidas por la corrupción y el lodo que
supura en sus paredes, otras por lo obsoleto de su actuar jurídico, político y
administrativo. Papeles y papeles para pasar una solicitud de un escritorio a
otro, y del último escritorio al principio o tal vez a la basura. Todas en su
conjunto tienen en común una impresionante falta de credibilidad en su actuar e
investidura, en su incapacidad de renovarse y proporcionar servicios de calidad
desde sus respectivas competencias.
Es triste que desde hace tiempo gran parte de la ciudadanía
ha dejado de sentir un respaldo en las instituciones del Estado. Sus programas
se han alejado de la razón que les dio vida. Son las personas, los ciudadanos
con sus carencias y limitaciones, las que se organizan para enfrentar y
resolver sus múltiples problemas. En materia de apoyo a migrantes, problema que
ha rebasado a las instituciones estatales para tal efecto creadas, vale más lo
que acurden dos o tres personas sobre el apoyo concreto que llevarán a cabo hacia
ellos, que toneladas de disposiciones y discursos que día a día se publican en
medios de comunicación oficiales y privados.
Las instituciones migratorias, sin más
deseo que ejercer su presupuesto y verse de perfil en el espejo, deciden con
esquemas normativos desactualizados, rancios, empolvados y caducos para
nuestros tiempos. Cuestión que redondean con la iluminación del más allá o del
más acá, lo mismo da, como poner murallas al país, alambradas, retenes,
palizadas, cercos psicológicos y estaciones migratorias para resolver el
problema que tratamos. Son acciones simbólicas del poder del Estado. Ente todo
poderoso que hace y deshace, con la ley en la mano, el derecho que asiste a los
migrantes.
Te detengo, te interrogo, te expulso
sin más trámite que mi voluntad expresa, esto último afortunadamente ya se
modificó en mi país a partir del dos mil once y, con ello, las cláusulas de
exclusión que se hicieron valer en los tratados internacionales firmados al
respecto. Desafortunadamente las inercias continúan. El gran pretexto sigue
siendo el papel o documento que acredite o no la legal estancia de la persona extranjera
que se encuentra en nuestro país. Antes despectivamente se les decía ilegales,
ahora indocumentados. En el fondo, el lenguaje es lo único que ha cambiado.
Ningún migrante trae documento
migratorio. Trae, si acaso, una credencial que le identifica, una fotografía
del ser o seres queridos y una imagen religiosa. Todo ello se lo quitan en el
retén, en los contenedores, en la fosa donde descansarán y muchas veces es la
misma que ellos cavan. Dientes y huesos es la única pista de identidad que
queda, además, naturalmente, del eterno recuerdo que de él quede en este mundo.
Es obsoleto el derecho y la política que se aplica a
los migrantes en mi país, en realidad, de la perspectiva que se tiene sobre el derecho
migratorio. Los derechos de las personas extranjeras son iguales que los
derechos de los nacionales. Es cierto que los Estados tienen una facultad
regulatoria en materia de extranjería, cuestión regulada por el derecho
internacional y los tratados propios de la materia. Sin embargo, dicha facultad
se rige, por encima de todo, bajo el principio de pleno respeto a los derechos
humanos y, de ninguna manera, desde la idea de que por ser o parecer extranjero
te detengo.
Dicho en otros términos, es ilegal detener a alguien
por lo que es o se piensa que es. En última instancia, la autoridad competente
de detener a una persona, previa investigación del caso, debe ser por lo que
hace y tiene los elementos para acusarle y, el acusado, por su parte, tiene el
derecho de que se le demuestre en juicio los hechos de que se le acusa, y él,
por supuesto, de desvirtuarlos.
Recuerdo aquí una jurisprudencia que instruye que el
orden jurídico de mi país se pronuncia por el derecho penal del acto y rechaza
el derecho penal del autor. Criterio que si bien es propio del derecho penal,
nada impide su práctica en materia administrativa y, menos aún, en aquellos
casos donde sin justificación alguna se pretende coartar el derecho de libre
tránsito de una persona o, peor aún, privarla de su libertad, sea ésta nacional
o extranjera.
De ser extranjera, tales actos por
parte de la autoridad serían doblemente imperdonables, pues las personas con dicha
característica se consideran como un sector vulnerable en nuestro territorio,
al no conocer sus leyes, usos y costumbres y, por ello mismo, les asiste una reforzada
protección legal a fin de garantizar y proteger sus derechos humanos.
*Pendiente de publicar en Congresistas, periódico bimensual.