domingo, 13 de noviembre de 2016

Ciudadanía y derechos humanos




Los migrantes o el éxodo del hambre y la violencia


Genaro González Licea



Con mi felicitación y gratitud a Congresistas en sus 16 años de periodismo al servicio ciudadano. Mil gracias por permitirme participar en su proyecto y hacer de su espacio mi casa.



Parecería que en mi país los migrantes son mercancía, pedazos de carne a la venta del mejor postor. Parecería también que sus derechos humanos se desgarran entre sus vísceras y ojos enterrados, entre sus dientes apretados por el dolor de la tortura y la impotencia.
La vida entera con sus recuerdos tristes y amorosos se asfixia y deshidrata, igual que ellos, en el último suspiro que se escurre en la oscuridad del contenedor o en el maloliente camión cerrado. En las leyes, decretos y demás documentos donde están sus derechos humanos carcomidos. La corrupción es tan grande como la descomposición social que la acompaña. El negocio es el negocio. El negocio de traficar personas es y será la marca de nuestro siglo.
         Las cifras de los migrantes desaparecidos se disparan sin control en mí país. Para unos son 70 mil, para otros 120 mil. Lo cierto es que de Chiapas a Tijuana y del Pacífico al Golfo, existe un enorme cementerio clandestino. En él las brigadas ciudadanas no se cansan de buscar y las solicitudes de exhumación se cuentan por costales. Al fondo, infinidad de tumbas secretas y apilados cadáveres se asoman como flores coloreando el infinito, el rocío que humedece el alma de la humanidad entera. Su destino fue días y noches caminar junto a su sombra. En ella unos se perdieron, otros claudicaron con su boca seca y sus pies desechos, y otros más llegaron a manos de las mafias para quedar en ellas atrapados.
Las organizaciones de derechos humanos, oficiales o no, se ven pequeñas ante el problema migratorio que se vive. Son los zopilotes los que encuentran con mayor rapidez a los migrantes abandonados en el desierto o en el llano, en la selva o en la montaña, en rancherías o en plena ciudad o puerto. Son ellos, los zopilotes, los que mejor conocen las rutas del migrante, otros también la saben, pero la callan, reconocen que es parte de su tumba y tarde o temprano el tiempo encontrará su rostro enroscado en lo negro de sus entrañas. Es la conciencia renegrida de la condición humana: cañada donde solo habita el alma del criminal, dios y el diablo y nadie más.
Violencia y pobreza es lo que lleva a los migrantes a dejar su país de origen, incluyendo, por supuesto, el nuestro. El éxodo del hambre, la violencia, la pobreza, es lo que caracteriza a la migración de nuestros días. En ella niños, jóvenes, ancianos y matrimonios mueren por igual.
         La globalización ha generado una masacre de egoísmo y corrupción. Una madeja de peste negra y vómito inhumano. En nuestros días es intrascendente saber quién vende y quién compra a los migrantes. Si lo que se vende son seres humanos, animales o costales de papas, o si los traficantes de personas cumplen o no su trato. Se sabe que las detonaciones solo perforan el silencio de la noche y los picos y las palas el vientre de la tierra y el llanto de la luna.



         Las instituciones atadas de pies y manos muerden en silencio su propio dolor republicano. Son instituciones impotentes, muchas de ellas han caído abatidas por la corrupción y el lodo que supura en sus paredes, otras por lo obsoleto de su actuar jurídico, político y administrativo. Papeles y papeles para pasar una solicitud de un escritorio a otro, y del último escritorio al principio o tal vez a la basura. Todas en su conjunto tienen en común una impresionante falta de credibilidad en su actuar e investidura, en su incapacidad de renovarse y proporcionar servicios de calidad desde sus respectivas competencias.



Es triste que desde hace tiempo gran parte de la ciudadanía ha dejado de sentir un respaldo en las instituciones del Estado. Sus programas se han alejado de la razón que les dio vida. Son las personas, los ciudadanos con sus carencias y limitaciones, las que se organizan para enfrentar y resolver sus múltiples problemas. En materia de apoyo a migrantes, problema que ha rebasado a las instituciones estatales para tal efecto creadas, vale más lo que acurden dos o tres personas sobre el apoyo concreto que llevarán a cabo hacia ellos, que toneladas de disposiciones y discursos que día a día se publican en medios de comunicación oficiales y privados.



         Las instituciones migratorias, sin más deseo que ejercer su presupuesto y verse de perfil en el espejo, deciden con esquemas normativos desactualizados, rancios, empolvados y caducos para nuestros tiempos. Cuestión que redondean con la iluminación del más allá o del más acá, lo mismo da, como poner murallas al país, alambradas, retenes, palizadas, cercos psicológicos y estaciones migratorias para resolver el problema que tratamos. Son acciones simbólicas del poder del Estado. Ente todo poderoso que hace y deshace, con la ley en la mano, el derecho que asiste a los migrantes.



         Te detengo, te interrogo, te expulso sin más trámite que mi voluntad expresa, esto último afortunadamente ya se modificó en mi país a partir del dos mil once y, con ello, las cláusulas de exclusión que se hicieron valer en los tratados internacionales firmados al respecto. Desafortunadamente las inercias continúan. El gran pretexto sigue siendo el papel o documento que acredite o no la legal estancia de la persona extranjera que se encuentra en nuestro país. Antes despectivamente se les decía ilegales, ahora indocumentados. En el fondo, el lenguaje es lo único que ha cambiado.



         Ningún migrante trae documento migratorio. Trae, si acaso, una credencial que le identifica, una fotografía del ser o seres queridos y una imagen religiosa. Todo ello se lo quitan en el retén, en los contenedores, en la fosa donde descansarán y muchas veces es la misma que ellos cavan. Dientes y huesos es la única pista de identidad que queda, además, naturalmente, del eterno recuerdo que de él quede en este mundo.



Es obsoleto el derecho y la política que se aplica a los migrantes en mi país, en realidad, de la perspectiva que se tiene sobre el derecho migratorio. Los derechos de las personas extranjeras son iguales que los derechos de los nacionales. Es cierto que los Estados tienen una facultad regulatoria en materia de extranjería, cuestión regulada por el derecho internacional y los tratados propios de la materia. Sin embargo, dicha facultad se rige, por encima de todo, bajo el principio de pleno respeto a los derechos humanos y, de ninguna manera, desde la idea de que por ser o parecer extranjero te detengo.



Dicho en otros términos, es ilegal detener a alguien por lo que es o se piensa que es. En última instancia, la autoridad competente de detener a una persona, previa investigación del caso, debe ser por lo que hace y tiene los elementos para acusarle y, el acusado, por su parte, tiene el derecho de que se le demuestre en juicio los hechos de que se le acusa, y él, por supuesto, de desvirtuarlos.



Recuerdo aquí una jurisprudencia que instruye que el orden jurídico de mi país se pronuncia por el derecho penal del acto y rechaza el derecho penal del autor. Criterio que si bien es propio del derecho penal, nada impide su práctica en materia administrativa y, menos aún, en aquellos casos donde sin justificación alguna se pretende coartar el derecho de libre tránsito de una persona o, peor aún, privarla de su libertad, sea ésta nacional o extranjera.



         De ser extranjera, tales actos por parte de la autoridad serían doblemente imperdonables, pues las personas con dicha característica se consideran como un sector vulnerable en nuestro territorio, al no conocer sus leyes, usos y costumbres y, por ello mismo, les asiste una reforzada protección legal a fin de garantizar y proteger sus derechos humanos.




*Pendiente de publicar en Congresistas, periódico bimensual.