viernes, 3 de noviembre de 2017

Feminicidio e inconsciente colectivo




Genaro González Licea


El feminicidio en mi país es un tema que permea el inconsciente colectivo, es una desarticulada forma de ser que me recuerda las pinturas negras de Goya, atmósfera de aconteceres físicos y mentales en las zonas boscosas de nuestro interior vacío. Pensamientos oscuros, nocturnos, dibujados todos con nuestra propia aguatinta de absurda supremacía y dominio dictatorial sobre el entorno femenino. 

         En particular, me recuerda el disparate desenfrenado, doblez amoroso donde predomina el fondo diluido, enfermo, de un yo subterráneo expresado, al fondo, mediante la imagen de una rata devorando a una mujer. El feminicidio representado en su plenitud y, al mismo tiempo, una de las razones del porqué la rebelión histórica de la mujer en contra de las injusticias y falta de reconocimiento como persona que es en una sociedad machista, de la cultura fálica de la violencia sexual y el dominio del hombre.
Nada justifica que se discrimine a la mujer por el simple hecho de serlo. Su dignidad humana es igual que la de cualquier persona que vive en éste planeta. Respetarle es un derecho y un deber que le asiste. 

Sin embargo la realidad es otra. Manifestaciones de indignación por delitos cometidos contra la mujer, siendo uno de ellos el feminicidio, se presentan diariamente en todo el país. Unas abiertamente toman las calles y rompen el silencio con esa rabia e impotencia históricamente acumulada, otras lo hacen desde sus hogares, desde ahí levantan la voz con el riesgo, por supuesto, del golpe encima. Lo hacen en cada casa, en el lugar donde en silencio muerden el dolor de las vejaciones, malos tratos, violencia física y verbal. Lo hacen en ese lugar donde nunca se pierde la esperanza del regreso de la persona desaparecida, el regreso del hospital de la mujer golpeada. Lo hacen, sí, en ese lugar donde, en la mayoría de los casos, está la amenaza de no hablar ni denunciar los hechos de violencia y discriminación en contra de ellas. 

         La autoridad ha sido rebasada. Ante este problema tan grave responde una y otra vez con declaraciones políticas que ya nadie cree, posiblemente ni ellos mismos, pero están ahí y algo tienen que decir, cuando tal vez, lo mejor es callar, respetar el duelo y renunciar con dignidad civil y pública. El discurso, “nosotros encontraremos a los responsables y haremos que caiga en él todo el peso de la ley”, es ya una expresión tan gastada que ya a nadie dice nada. Pero las cosas no quedan ahí, a este discurso es común que le acompañe una reforma a la ley respectiva a fin de elevar drásticamente la pena por violencia, malos tratos contra la mujer, por el delito feminicidio o por el de desaparición forzada de personas. La imagen del escarmiento ejemplar, el hombre colgado de sus propias culpas, el terror del garrote en la mano para hacer justicia. 

Por cierto, y dicho sea de paso, en este último caso, el de desaparición forzada de personas, es tan abrumador el problema a nivel nacional que la autoridad competente, como era de esperarse, ya prepara la ley sobre la materia, con la idea central de crear una comisión de búsqueda, fijar un registro de desaparecidos y atender la reparación integral a las víctimas. Nada que no esté regulado, sin embargo, los momentos electorales, ya no tan lejanos lo justifican, qué lamentable situación. Espero de verdad equivocarme. 

Por supuesto, y a pesar de mi observación, de ninguna manera me opongo a tal medida, empero, ésta debe ser acompañada de otras para tener la posibilidad de enfrentar de una mejor manera el problema. Una de esas otras medidas a implementar se refiere precisamente al sector educativo, pues éste es el pivote que genera el despertar de la conciencia social, del significado e importancia que tiene el respeto humano, el respeto al otro por el simple hecho de ser persona, sea ésta hombre, mujer, niño, anciano o tenga capacidades diferentes. Esto es, me parece, lo que quiere decir el marco constitucional cuando señala que es por medio de la educación como se puede generar y contribuir a una “mejor convivencia humana, a fin de fortalecer el aprecio y respeto por la diversidad cultural, la dignidad de la persona, la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad, los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos, evitando los privilegios de razas, de religión, de grupos, de sexos o de individuos”. 

         Se debe, en resumidas cuentas, implementar programas educativos que permitan revertir el problema que se vive tanto de violencia contra la mujer como el de los miles de desaparecidos en mi país. Medidas que deben estar acompañadas, a su vez, de programas sociales y económicos que propicien una mejor distribución del ingreso. De no ser así, es probable que las declaraciones políticas sigan, igual que las reformas de artículos y promulgación de leyes de garrote y escarmiento y, por ende, de medidas cuyo espíritu es endurecer el castigo y formar una comisión para resolver el problema, lo cual se traduce en una medida efectiva para no resolverlo. La política de la guillotina y el dedo divino o diabólico señalando culpables. El problema de fondo sigue hasta que, parecería, sea la sociedad civil la que lo enfrente. 

         Desde hace muchos años la sociedad de mi país vive agraviada de tantos desaparecidos y feminicidios. En otros artículos he dado estadísticas al respecto, datos que van y vienen, flotan y se evaporan con gran facilidad. En el caso de mujeres asesinadas después de haber sido agredidas sexualmente, hay organizaciones no gubernamentales que mencionan un número de dos mil mujeres por año, otras mucho más y, la mayoría de los casos, con una nota que les acompaña: la impunidad del delito. 

         Situación más que lamentable, puesto que, la primera instancia obligada a que ningún delito cometido quede impune es precisamente la autoridad. Recordemos que a nivel constitucional éstas tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos. En mi país, todas las personas somos iguales ante la ley, lo cual significa que todos tenemos el derecho a que se nos respete nuestra integridad física y moral, nuestra honra y dignidad como persona que somos. Empero, también por mandato constitucional y tratados internacionales firmados y ratificados, las autoridades están obligadas a proporcionar, sobre dicha base de igualdad, una protección efectiva a los derechos de la mujer contra todo acto de discriminación y violencia. 

         En ese sentido, es de mencionar que el tema de femicidio desde hace muchos años ha sido abordado tanto en el marco normativo como en el jurisdiccional. En estos momentos en la mayoría de los códigos penales de los Estados existe la referencia al respecto. Se coincide en la idea de que se actualiza la figura jurídica de feminicidio cuando la víctima del homicidio sea mujer y la privación de la vida se cometa por razones de género, con independencia del sentimiento de odio o desprecio que pueda tener la persona que lo comete, pues, en resumidas cuentas se traduce en una violencia de género o abuso de poder del hombre sobre la mujer, violencia que ejerce ya sea sexualmente o causándole lesiones que le llevan a la muerte. 

Dicho de otra manera, cito lo expuesto por la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación al resolver el amparo en revisión 554/2013, en el caso de muertes violentas de mujeres, las autoridades deben explorar todas las líneas de investigación posibles, incluyendo el hecho que la mujer muerta haya sido víctima de violencia de género, con el fin de determinar la verdad histórica de lo sucedido. Además, se agrega, debe tener un sentido y ser asumida por el Estado como un deber jurídico propio y no como una simple gestión de intereses particulares, que dependa de la iniciativa procesal de la víctima o de sus familiares o de la aportación privada de elementos probatorios, sin que la autoridad busque efectivamente la verdad. En consecuencia, todo caso de muertes de mujeres, incluidas aquellas que prima facie parecerían haber sido causadas por motivos criminales, suicidio y algunos accidentes, deben de analizarse con perspectiva de género, para poder determinar si hubo o no razones de género en la causa de la muerte y para poder confirmar o descartar el motivo de la muerte. 

         De esta manera, se tiene que por ningún motivo, razón o circunstancia, un delito cometido en este país puede quedar impune, y menos aún, si éste es cometido en contra de una mujer. Existe un marco regulatorio muy amplio que obliga a las autoridades a investigar con perspectiva de género, acciones para combatir el feminicidio como tipo penal autónomo en relación con el delito de homicidio. Falta, por tanto, fortalecer el marco educativo e implementar las medidas sociales y económicas que propicien una mejor distribución del ingreso.
Se debe tener muy claro que impunidad del delito es sinónimo de tolerancia por parte del Estado y de la sociedad misma y, en consecuencia, que una situación así a lo único que nos lleva es a un sentimiento de desamparo, impotencia y falta de credibilidad en las instituciones. La supremacía del hombre sobre la mujer, la violencia y discriminación en su contra, y el feminicidio como delito, se deben desterrar del inconsciente colectivo, para ello replantear nuestra educación y visión de mundo es impostergable. 

Pendiente de publicar en Congresistas, periódico bimensual.