domingo, 22 de abril de 2018

Ante la incredulidad y la desolación social, la vaquita marina es un rayo de luz


Genaro González Licea


Ante la incredulidad y la desolación social que se vive en mi país, el proyecto de rescatar a la vaquita marina es un rayo de luz, una esperanza de que todavía es posible recuperar espacios que nosotros mismos hemos destruido.

Efectivamente, ante la falta de credibilidad de las instituciones públicas y ante la desolación social que se vive por la corrupción en la estamos atrapados; ante la desintegración política de partidos políticos de izquierda y derecha que han perdido el pudor político y buscan obtener el poder por el poder; ante una narcocultura que cada vez permea su forma de ser y pensar en los rincones de los hogares del campo y la ciudad; y ante una campaña electoral sustentada en objetivos y estrategias mediáticas, en la imagen de la persona y mensajes electoreros carentes de viabilidad, más que en programas y propuestas bien sustentadas encaminadas a constituirse en verdaderas políticas públicas que permitan incrementar el nivel educativo, el empleo, la riqueza y la distribución de ésta en forma mucho más equitativa que en el presente, se dio la noticia del rescate de la vaquita marina, mediante acciones estratégicamente planeadas.

         Noticia que, como era de esperarse, se perdió entre los asesinatos de cada día y la verborrea de la gran mayoría de candidatos. Sucede que como primer resultado del plan para salvar de la extinción a la vaquita marina, especie endémica de México, se capturó a una de ellas en mares de nuestro territorio, lo cual fue un triunfo y una prueba de que sí es posible emprender acciones para rescatar a ésta y otras especies en extinción, a otros ecosistemas, a otros espacios tristemente deteriorados, como el de los arrecifes de coral por tanta basura, cementerios de basura, que les invade. Para mí, como ya dije, fue un rayo de luz que me motivó a escribir, a dejar por un momento el libro que preparo sobre defensa adecuada en materia penal y sistema penal acusatorio.

Estimo que esta acción es un claro ejemplo de lo que se requiere en nuestros días para recuperar nuestra vitalidad y fuerza como país, pues en ella veo la posibilidad real de emprender acciones ciudadanas que motiven a las instituciones del Estado para generar una cultura de recuperación de nosotros mismos, de nuestros sistemas ecológicos, culturales y de salud, por citar algunos ejemplos del sinnúmero de temas que es necesario y urgente recuperar y están sobre la mesa.

Al capturar dicho ejemplar, el Comité Internacional para la Recuperación de la Vaquita (CIRVA) nos hizo ver, además de la viabilidad de su programa, que es importante que el Estado apoye el apoyo para no desterrar del planeta a este cetáceo, del cual se estima que sobreviven solamente treinta ejemplares en el mundo y, más aún, lo imprescindible que es iniciar programas como éste en otros terrenos y aspectos igual de importantes para el mejor desarrollo de todos.

Al referirse a dicha vaquita, parte de la nota, publicada en el periódico El País, una vaquita marina para la historia de México, sábado 21 de octubre de 2017, expresa que “un grupo de científicos logró capturar, por primera vez, un ejemplar vivo del cetáceo más pequeño del mundo en las aguas del alto golfo de California. Este es el primer resultado del plan para salvar a la especie de la extinción” y agrega, “la marsopa, de aproximadamente seis meses de edad, fue liberada el mismo día porque los expertos notaron síntomas de estrés en ella (sin embargo) los biólogos aprovecharon para, durante algunos minutos, tomar muestras de tejido y material genético que les permitan desarrollar una alternativa de crioconservación. El material será enviado al Frozen Zoo en San Diego (California, Estados Unidos) para descifrar la secuencia del ADN de la marsopa”.

         De esta manera, sin triunfalismos declarativos, sino con pasos firmes para lograr lo que se busca, el grupo de científicos perfila su investigación y cautiverio como medida urgente de protección. Enseñanza más que olvidada en nuestros tiempos, ya que es por todos sabido que investigación y docencia van siempre juntos, igual que investigación y operación de la misma, fijada en programas concretos, en el caso, en la conservación y reproducción de dicha vaquita.

         Por otra parte, debo comentar que me interesó mucho escribir sobre el citado programa de conservación y reproducción, porque todo indica que estamos atrapados y bombardeados de información que fomenta el miedo a la población, el miedo como estrategia de poder y control social, donde un pequeño grupo se beneficia de ello.

         Hay que decirlo, muchas acciones como el programa que aquí comentamos se están llevando a cabo en el país. En ellas participa no solo la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales, sino también el Estado mismo por medio, por una parte, del establecimiento de un marco normativo exprofeso para respaldar tanto a los programas como a las acciones específicas del mismo, en el caso, la prohibición de la pesca en las aguas del alto golfo de California y, por otra parte, con inversiones concretas y de seguimiento igual. México, nos dice la ya referida nota periodística, “ha invertido más de 100 millones de dólares en respaldar el plan de emergencia para evitar la extinción de este cetáceo”, lo cual, estimo, se traducirá en una incuestionable rentabilidad social.

         La lección es simple. Ante la falta de credibilidad de las instituciones del Estado, el camino para reconstruir nuestro proyecto nacional es emprender acciones específicas que la misma sociedad civil genere, requiera, necesite, y que éstas se vean respaldadas por el Estado con la transparencia debida. Partidos políticos, sindicatos y acciones unilaterales del Estado, desde la cúpula y el escritorio, desde arriba hacia abajo, son, en estos tiempos, a todas luces obsoletas. Con el tiempo, tal vez, las cosas cambien.

         Por lo pronto, el programa de rescate y conservación de la vaquita marina es, por los tiempos mismos, un rayo de luz que marca el buen camino.



Marihuana, dependencia y olvido de la realidad


Genaro González Licea


El tema de la marihuana no se limita, preponderantemente, a un problema de salud, sino también, y sobre todo, a un problema social y político. Con la peculiaridad de que, en un contexto como el nuestro, dicho tema está sujeto a las leyes del mercado de los estupefacientes y al gran monopolio del narcotráfico, como sector industrial de gran calado.

         Estudiar el uso de la mariguana solamente por fines lúdicos de las personas y como un tema de salud, implica desentender los problemas sociales que encierra desde la semilla, el cultivo y la distribución. Una determinación que sobre este tema se ejerza públicamente, no deja de tener un aspecto romántico o, en última instancia, de un proyecto de asombrosa claridad, puesto que, a renglón seguido, estaría la creación de una gran empresa que la cultive y comercialice, toda vez que no está autorizada su siembra (dejemos la siembra de maceta como juego de niños desde los primeros siglos hasta nuestros días) y la distribución. De cualquier manera, soy de las personas que argumentan que cuando una determinación, una resolución, se toma de manera parcial, la doctrina que la sustenta fácilmente puede llevar al desbordamiento del tema mismo. El Estado contra el Estado mismo.

         Las determinaciones construidas con doctrina, fácilmente pueden desbordar los planteamientos que por esta vía se propongan y, por lo mismo, que los efectos sociales sean de gran impacto y se reviertan al propio Estado.

         En el caso concreto, estimo que poca utilidad tiene el que se conozca perfectamente la estructura y comportamiento de las partes del cuerpo, el aspecto farmacológico, biológico y terapéutico de la persona y la marihuana, por señalar algunas propiedades, si perdemos de vista la potencialidad de la infraestructura médica para tratar preventiva y clínicamente a un paciente, a los efectos y comportamiento de una sociedad vinculada con el narcotráfico como industria de reproducción de capital.
         En lo expuesto, me parece, está mi primera observación. El tema de la marihuana es muy importante no desvincularlo del tema del narcotráfico en mi país, ya como problema evidente y desbordado, posteriormente sería su vinculación con salud, sociedad, industria y políticas públicas a implementar. Este primer acercamiento así concebido, a mi parecer, es capital para las determinaciones subsecuentes.

         La marihuana no solamente admite un estudio medicinal, sino también farmacéutico y como droga o agente que puede generar una modificación en el comportamiento de la persona dependiente de ella. Toda dependencia, entiendo, sea en términos personales, familiares o sociales, repercute en mayor o menor medida, en una determinación participativa del Estado en sus políticas públicas, sea preventiva o correctivamente.

         Por supuesto, de ninguna manera me opongo a los criterios que avalan el uso recreativo de la marihuana, pues es incuestionable que en términos de derechos fundamentales toda persona tiene el derecho a decidir su propio sentido de vida, caso contrario se estaría limitando la libre determinación tanto de su persona, como de su personalidad que le asiste por el solo hecho de serlo.

         Sin embargo, en un contexto como el nuestro, donde el esquema de salud, y ya no hablemos de la calidad de ésta, es precario e insuficiente para atender las demandas del sector. En un país donde la drogadicción está en temas no de personas ni de grupos, sino de un comportamientos económico de magnitud equiparable a la industria farmacéutica o armamentista, entonces, parecería que el Estado, de autorizarla, solo pretendió respetar el derecho a la libre determinación de la persona y de la personalidad humana, por una parte, y fomentar el placer, evitar el dolor, generar la dependencia y el olvido de nuestra propia situación personal y condición social. Es mucho mejor generar el olvido de los problemas que vivimos, que enfrentarlos. Como Estado, ya llegará el momento de hacerlo, igual como sucede, por ejemplo, con el tema del envejecimiento.

         Particularizo en el tema de la marihuana porque es el tema que aquí trato, pero la misma actitud puede aplicarse al consumo del alcohol o el tabaco, los cuales, ya ubicado en nuestro país con el “ismo”, hablamos propiamente de un problema de alcoholismo y tabaquismo. Como un problema de salud pública, donde, por cierto, la respuesta del Estado ha quedado corta. Sobre el particular, los apoyos alternativos abundan.
         En resumidas cuentas, qué bueno que se autorizó el consumo de la marihuana como uso recreativo o lúdico, pero lo que quizá faltó, sin embargo, es prever las consecuencias mínimas de ese consumo.

         Dado el caso que sea correcta mi observación, entonces, es bien sabido que los criterios jurisprudenciales, así como la letra fijada en la norma, no están plasmados en piedra, de una vez y para siempre. Quizá sea posible efectuar una nueva reflexión sobre el tema, de no ser así, quizá también tenga razón el Estado en que es mejor tener sedado a la persona, y qué mejor anestésico que la marihuana y el alcohol, por dar dos ejemplos, para que las personas olviden su entorno y su condición social.

         Al opio de la religión que contempló Carlos Marx, agréguese el opio del pobre, como se conoce a la marihuana en algunas regiones latinoamericanas.

Yo no sé, por supuesto, si en un nuevo replanteamiento se prohíba o no el uso de la marihuana (resolución que de ser favorable sería bien vista por los millones y millones en el mundo, omito decir cuántos en mi país, que acostumbran el uso de la marihuana, véase sobre el particular el Informe Mundial sobre las Drogas 2016, emitido por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y Delito, UNODC), lo que sí sé es que la regulación del Estado debe ser tomada con mucha seriedad. La marihuana no solamente es la marihuana, sino la materia prima de infinidad de productos, lo cual conlleva a la inevitable reflexión, también pública y madura, sobre sus efectos y consecuencias, repito, sobre sus efectos y consecuencias.

La criminalización y moralización del tema en estas condiciones estorban. Su estudio riguroso como un problema de salud, social, económico y político es el que se hace más que necesario.