miércoles, 13 de marzo de 2024

Genaro González Licea: presentación del "Manifiesto autogestionario. Hacia un encuentro con la esperanza", de Enrique González Rojo Arthur

 


Sí, el mejor homenaje a Enrique González Rojo Arthur es leerlo y releerlo, como exhorta está Universidad Autónoma de la Ciudad de México, al convocarnos a este recinto.

Enrique González Rojo es, lo digo en tiempo presente, no sólo un gran ser humano, un maestro, un filósofo y poeta, es también un gran pensador y estratega político en beneficio de los trabajadores y sectores sociales que sienten la crudeza de la explotación de su trabajo.

         González Rojo conocía muy bien las entrañas del Estado, ya sea capitalista o socialista, así como los ideales que en ellos se persiguen, cuestión que significa más que conocer la dinámica administrativa y política del Estado, la forma de reproducción de capital, o de distribución de sus bienes, atendiendo al régimen y formación social de que se trate.

         En particular, en esta presentación de su libro Manifiesto autogestionario. Hacía un encuentro con la esperanza, comentaré algunas ideas en él contenidas en torno a la importancia de la organización ciudadana para reorganizar y reestructurar una formación social, como base primaria para establecer un proceso de producción autogestionario.

Es de señalar que la importancia de la organización ciudadana se multiplica cuando la sociedad que se pretende cambiar, vive, además de la crisis permanente intrínseca a su propia dinámica, la crisis coyuntural de falta de legitimidad y credibilidad en sus procesos democráticos y, por lo mismo, vive el agotamiento de sus medios para auto renovarse y mantener los ideales democráticos que le dieron origen. Por supuesto, estas ideas las expondré con la única pretensión de exhortarlos a leer el libro y que sean ustedes mismos los que formen un criterio al respecto.

Con lo poco que he leído, me es posible decir que las aportaciones teóricas realmente significativas surgen, siempre, de una herejía, de un cuestionamiento al poder, a las deidades, dogmatismos y prejuicios. González Rojo, en ese sentido, bien lo podemos ubicar como un gran hereje. Un generador de conciencias en el ámbito social y político que siempre tiene frente a sus ojos a un poder ilimitado, a un dictador o a un dios, al cual hay que estudiar con objetividad y sentido crítico, alejado de pasiones, pero manteniendo la razón y observancia del bien común.

Su herejía lo llevó a diversos hallazgos. Y ahí están, entre otros, sus razonamientos contenidos en su “teoría científica de la historia”, en “la revolución proletario—intelectual”, o en su texto, “hacía una teoría marxista del trabajo intelectual y el trabajo manual”, en el cual expone ampliamente su lucha y postura en contra del culto a la personalidad, en contra de lo que él llama la “torre de marfil”, “el habitáculo del complejo de superioridad”. Lucha que, agrega, no es “contra el intelecto, la ciencia, la experiencia o la calificación del trabajo”, sino, como he dicho, en contra de la “torre de marfil”. Su herejía, en suma, siempre va acompañada de importantes hallazgos. Y en ese sentido, su Manifiesto autogestionario. Hacía un encuentro con la esperanza no es la excepción, toda vez que en él expresa todo un modelo teórico de organización social autogestionaria.

En este texto, Enrique nuevamente nos sorprende no solo al cuestionar el envejecimiento de la mayor parte de los sistemas capitalistas y socialistas para seguir sus ideales democráticos, sino también en el cómo capitalizar esta coyuntura en favor de la lucha social autogestionaria, en la cual no hay lugar, llegando a una cierta etapa, para los partidos políticos y portavoces en general. Cuestión que de suyo y al margen de que estemos de acuerdo o desacuerdo con él, es de agradecerle y razón suficiente para leer sus reflexiones.

El punto central está en la ciudadanía, en la organización ciudadana de acuerdo con las características propias de su cultura, idiosincrasia y forma de vida, así como del tiempo y circunstancia o especificidad histórica en el que se desenvuelven. En esta tesitura, Enrique nos presenta la posibilidad de construir, desde los cimientos, una visión integradora de país, un espíritu nacional donde no sean los grupos y los grupúsculos la voz dominante que diseñe el sentir comunitario, sino que esa voz sea la comunidad misma.

Cuando un país se sujeta al líder, al sistema piramidal institucionalizado, al sistema que soporta la producción y reproducción económico social, dejando de lado la presencia real y efectiva de la ciudadanía, la consecuencia lógica no sólo será el seguir encumbrando a líderes que solo sueñan con subirse a un pedestal y poner con letras de otro su nombre en cualquier parte, sino también, minar, con el tiempo, la inmensa vitalidad de la conciencia de todo un pueblo, propiciar su desaliento y falta de credibilidad, ya no solo del Estado sino incluso de sí mismo. Vivir con miedo, vivir para sobrevivir, deambular como ánimas en pena, sin proyecto ni proyección de vida, sujetándose solamente a las posibilidades y benevolencia que el poder le da.

         De ahí la fortaleza, nos dice Enrique, de buscar nuevas alternativas sustentadas en la autogestión social generadas por las necesidades de la propia ciudadanía. De ahí la razón de esa parte del título del libro que comentamos, que dice: “hacia un encuentro con la esperanza”, que no es otra cosa sino la búsqueda y encuentro con el hombre comunitario, solidario por naturaleza, a través de su propia conciencia y convivencia.

         ¿Es esto una utopía?, sí, pero es una utopía sustentada en la realidad, en el comportamiento de un mundo que sí existe, no es la utopía romántica e ideal de un espacio sin existencia, presentado comúnmente sin dolor de parto, ni piedras en el camino, esa utopía de terciopelo y algodones, esa utopía carente del “tópico”, de la materia base y raíz que da vida al ser individual y colectivo, y proyecta la existencia y comportamiento de una comunidad determinada.

Unir el comportamiento de la realidad, el ser, y la utopía o búsqueda de una distinta organización de esa realidad, es lo que nos confronta a la acción histórica y a la construcción de la conciencia, individual y colectiva, de un hombre que vive en sociedad, esa conciencia de entender que una parte de mí está en el otro y, por lo mismo, su comportamiento y solidaridad es parte de la mía. Sin esta forma de construir la conciencia y la historicidad del comportamiento social, es probable que solo se genere un cierto velo de manipulación del ser humano que integra una comunidad y, en consecuencia, una dudosa legitimidad de la forma de convivencia social a la que se llegue.

Desde hace muchos años los instrumentos de representación social se han alejado cada vez más de la sociedad que representan. Razón por la cual, nos dice el autor que aquí se comenta, la autogestión es una alternativa viable de organización social, pues significa que la ciudadanía se organice en prácticas solidarias y apoyo mutuo, un modo de actuar y organizarse en sí y para sí en forma autónoma.

Sin embargo, la autogestión también significa, y aquí está el ideal económico-político y la aportación del Manifiesto autogestionario, la posibilidad de “gestar un modo de producción autogestionario”, ello, precisamente, a través de la operación organizada de lo que Enrique llama la célula sin partidos (cesinpa), células que se organizan como instrumentos promotores autogestionarios en los diversos puntos económicos, culturales, sociales, entre otros, tanto a nivel nacional como internacional, que conforman y tienen que ver con una formación social concreta.

         La autogestión así vista, constituye un medio orientador para encontrar y consolidar nuevas formas organizativas de carácter social propias, con legitimidad y credibilidad en su actuar, necesarias e indispensables para, posteriormente, construir propuestas complejas de organización en las relaciones de producción. Socializar es importante, pero es un actuar primario en la reestructuración del nuevo actuar de Estado en un modo de producción autogestionario.

         Por supuesto, nada fácil es y será el camino por recorrer de estas nuevas formas de organización, ello en virtud que, nos dice González Rojo en su texto “La autogestión: una nueva alternativa”, en particular los operadores del capital “ante la aparición de estos embriones de reorganización alternativa, no se cruza de brazos y se mantiene a la expectativa, sino que, de mil maneras, trata de ahogar al niño en la cuna o, si no puede llevar a cabo tal cosa, busca de impedir o de dificultar su consolidación y desarrollo”.

         Contra viento y marea, sin embargo, el Manifiesto autogestionario constituye una piedra angular para adentrarnos con solides a dicho tema, más todavía aquellas personas interesadas por el estudio de la autogestión, el autogobierno y el modo de producción autogestionario.


Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, 12 de marzo de 2024

 

Genaro González Licea 

Fotografía sin datar