sábado, 4 de agosto de 2018

Urnas y ejercicio del derecho al descontento social



Genaro González Licea
Fotografía sin datar


Urnas y ejercicio del derecho al descontento social*


Genaro González Licea

 En mi país todo es desafío. Un salario mínimo más bajo que el costo de la canasta básica, un sector agrario estancado, violencia, inseguridad, delincuencia organizada, un silencio sobre el tema de los impuestos, falta de contrapesos sociales, deterioro ecológico, fosas clandestinas, y para qué seguir, bueno, digamos uno más: el reto que enfrentará en su momento el nuevo gobierno mexicano favorecido por la manifestación emocional del hartazgo, más que, me parece, por la conciencia política de ciudadanos que actúan en democracia y en instrumentos por ella proporcionados, como son los partidos políticos, partidos cuyo objetivo es defender en forma organizada la posición ideológica de sus agremiados y simpatizantes, así como mantener o alcanzar el poder. Por cierto, en esta tesitura, se puede decir que mientras mayor sea la madurez democrática de una sociedad, menos o nula será la dádiva proporcionada por el Estado para mantenerlos, económicamente hablando, en la arena política. Soy de los que piensan que un partido político debe ser sostenido por sus agremiados.

Pues bien, desde este preciso momento hasta el balance que se haga dentro de seis años, dos palabras centrales se escucharán en México: transición y reestructuración de Estado. Palabras que encierran un alto contenido social, de consenso de intereses económicos de clase y sectores de clase, estratos sociales y población en general, así como un trabajo de construcción política que deberá materializarse en acuerdos, decretos, programas y leyes, para que, efectivamente, dichas palabras no solo tengan un bello sonido al entonar el discurso.

La manifestación emocional del hartazgo hay que transformarla en conciencia política ciudadana, la brecha de desigualdad social hirió muy hondo, caso contrario, el gusto quedará sobre la piel de la nación, como, guardada la proporción, la euforia y lo placentero que es ganar un partido de fútbol que se creía imposible y, al día siguiente, la realidad nos mira igual que siempre, como si nada hubiese pasado. La manifestación emocional es efímera, es una catarsis de desahogo personal que puede quedar solamente en eso, en catarsis.

Probablemente repartir dinero a nivel nacional sea una política adecuada para responder en forma pragmática a dicha manifestación, al tiempo de emprender acciones, de la misma índole, que fortalezcan el mercado interno. Medidas como éstas recogerán el aplauso y mantendrán la popularidad de un gobierno por tres o cuatro años, ¿y después qué vendría?

Insisto, el gran trabajo a construir es transformar el descontento social mostrado en las urnas, en una conciencia política y social de dichos participantes. Y en lo personal, hasta donde veo, el único elemento que lo haría posible es la educación, acompañada de educación y seguida de más educación.

La educación, a mi parecer, es el instrumento más sólido para reencausar un país y hacer que éste florezca. Caso contrario, reitero, la catarsis mostrada en las urnas quedará como catarsis y, lo más grave, como un instrumento, muy bien capitalizado por cierto, para oxigenar un sistema neoliberal de reproducción de capital.

La sociedad, el pueblo como dice la constitución, ejerció su derecho a manifestar su gran descontento social acumulado a través del tiempo, debido, entre otras cosas, a la forma avariciosa de reproducción de capital, la voracidad desmedida de concentrar el ingreso y, como correlato, la profunda desigualdad social propiciada por ello. Redondea lo anterior, el evidente alejamiento del Estado de la base social que lo sustenta.

De esta manera, el descontento social lo veo como un resultante lógico de lo recientemente dicho, como un efecto de un modelo globalizador diseñado desde arriba para los de arriba, complementado con su cada vez mayor voracidad, y que, por lo mismo, desde su inicio benefició siempre a unos cuantos.

Las economías abiertas propician, por lo general, un deterioro a sus trabajadores, más todavía si los Estados que la adoptan omiten establecer mecanismos de distribución del ingreso, como medidas que permitan enfrentar los efectos de dicha economía. De actualizarse tal omisión, veo de lógico resultado un cada vez mayor descontento social. Cosa que, al parecer, sucedió en mi país, pues todo lleva a la conclusión de que la estrategia principal que se siguió para acompañar el proceso de globalización al cual se incorporó, fue el aportar, por sobre todas las cosas, mano de obra barata a los grandes inversionistas. El costo fue el desgaste de las instituciones y el gran descontento social.

         Sugiero la lectura del libro El malestar en la golbalización, de Joseph E. Stiglitz, o mínimamente uno de sus artículos publicados en el periódico El País, denominado la globalización del malestar, de 24 de diciembre de 2017. Retomo el punto. En mi país cada vez más se hablará de transición y reestructuración de Estado. Estimo que para que estos conceptos tengan contenido, se hace necesario transformar el descontento social en conciencia política ciudadana, ello vía la columna vertebral de la educación.

         De no ser así, la manifestación en las urnas quedará solamente como una catarsis en la historia. Los desafíos del Estado mexicano son muchos. Exhorto al gobierno electo en 2018 que reflexione lo importante que fue obtener el poder vía el cauce democrático del voto en las urnas, sin olvidar que éste encierra una manifestación emocional muy alta, hartazgo se le ha llamado, y que, por tanto, está instalado con alfileres, y no propiamente con una conciencia ciudadana altamente politizada. Ojalá sea una errónea apreciación mía.

         El dilema lo dejaría así, con la disculpa de utilizar extremos para ejemplificar mejor, sé que las cosas son mucho más complejas que los extremos de blanco y negro: o proporcionar contenido social a la transición y reestructuración de Estado, o vivir una vez más el desencanto de la historia. Esto último se traduce en lo siguiente: que un gobierno legítimamente instalado, pase a la historia como un gobierno cuya virtud fue oxigenar, reconfortar o ventilar, vía el descontento social, al sistema neoliberal de reproducción de capital.

* Artículo pendiente de publicar en la columna Ciudadanía y Derechos Humanos, a cargo del autor, del periódico Congresistas, publicación bimestral, CD de México. 




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