Genaro González Licea
Fotografía sin datar
Urnas y ejercicio del derecho al
descontento social*
Genaro González Licea
Pues bien, desde este preciso momento hasta el
balance que se haga dentro de seis años, dos palabras centrales se escucharán
en México: transición y reestructuración de Estado. Palabras que encierran un
alto contenido social, de consenso de intereses económicos de clase y sectores
de clase, estratos sociales y población en general, así como un trabajo de
construcción política que deberá materializarse en acuerdos, decretos,
programas y leyes, para que, efectivamente, dichas palabras no solo tengan un
bello sonido al entonar el discurso.
La manifestación emocional del hartazgo hay que
transformarla en conciencia política ciudadana, la brecha de desigualdad social
hirió muy hondo, caso contrario, el gusto quedará sobre la piel de la nación,
como, guardada la proporción, la euforia y lo placentero que es ganar un
partido de fútbol que se creía imposible y, al día siguiente, la realidad nos
mira igual que siempre, como si nada hubiese pasado. La manifestación emocional
es efímera, es una catarsis de desahogo personal que puede quedar solamente en
eso, en catarsis.
Probablemente repartir dinero a nivel nacional
sea una política adecuada para responder en forma pragmática a dicha
manifestación, al tiempo de emprender acciones, de la misma índole, que
fortalezcan el mercado interno. Medidas como éstas recogerán el aplauso y
mantendrán la popularidad de un gobierno por tres o cuatro años, ¿y después qué
vendría?
Insisto, el gran trabajo a construir es
transformar el descontento social mostrado en las urnas, en una conciencia
política y social de dichos participantes. Y en lo personal, hasta donde veo,
el único elemento que lo haría posible es la educación, acompañada de educación
y seguida de más educación.
La educación, a mi parecer, es el instrumento
más sólido para reencausar un país y hacer que éste florezca. Caso contrario, reitero,
la catarsis mostrada en las urnas quedará como catarsis y, lo más grave, como
un instrumento, muy bien capitalizado por cierto, para oxigenar un sistema
neoliberal de reproducción de capital.
La sociedad, el pueblo como dice la
constitución, ejerció su derecho a manifestar su gran descontento social acumulado
a través del tiempo, debido, entre otras cosas, a la forma avariciosa de
reproducción de capital, la voracidad desmedida de concentrar el ingreso y,
como correlato, la profunda desigualdad social propiciada por ello. Redondea lo
anterior, el evidente alejamiento del Estado de la base social que lo sustenta.
De esta manera, el descontento social lo veo
como un resultante lógico de lo recientemente dicho, como un efecto de un
modelo globalizador diseñado desde arriba para los de arriba, complementado con
su cada vez mayor voracidad, y que, por lo mismo, desde su inicio benefició
siempre a unos cuantos.
Las economías abiertas propician, por lo
general, un deterioro a sus trabajadores, más todavía si los Estados que la
adoptan omiten establecer mecanismos de distribución del ingreso, como medidas
que permitan enfrentar los efectos de dicha economía. De actualizarse tal
omisión, veo de lógico resultado un cada vez mayor descontento social. Cosa
que, al parecer, sucedió en mi país, pues todo lleva a la conclusión de que la
estrategia principal que se siguió para acompañar el proceso de globalización
al cual se incorporó, fue el aportar, por sobre todas las cosas, mano de obra
barata a los grandes inversionistas. El costo fue el desgaste de las
instituciones y el gran descontento social.
Sugiero
la lectura del libro El malestar en la
golbalización, de Joseph E. Stiglitz, o mínimamente uno de sus artículos
publicados en el periódico El País, denominado
la globalización del malestar, de 24
de diciembre de 2017. Retomo el punto. En mi país cada vez más se hablará de
transición y reestructuración de Estado. Estimo que para que estos conceptos
tengan contenido, se hace necesario transformar el descontento social en
conciencia política ciudadana, ello vía la columna vertebral de la educación.
De no
ser así, la manifestación en las urnas quedará solamente como una catarsis en
la historia. Los desafíos del Estado mexicano son muchos. Exhorto al gobierno
electo en 2018 que reflexione lo importante que fue obtener el poder vía el
cauce democrático del voto en las urnas, sin olvidar que éste encierra una
manifestación emocional muy alta, hartazgo se le ha llamado, y que, por tanto,
está instalado con alfileres, y no propiamente con una conciencia ciudadana
altamente politizada. Ojalá sea una errónea apreciación mía.
El
dilema lo dejaría así, con la disculpa de utilizar extremos para ejemplificar
mejor, sé que las cosas son mucho más complejas que los extremos de blanco y
negro: o proporcionar contenido social a la transición y reestructuración de
Estado, o vivir una vez más el desencanto de la historia. Esto último se
traduce en lo siguiente: que un gobierno legítimamente instalado, pase a la historia
como un gobierno cuya virtud fue oxigenar, reconfortar o ventilar, vía el
descontento social, al sistema neoliberal de reproducción de capital.
* Artículo pendiente de publicar en la columna Ciudadanía y Derechos Humanos, a cargo del autor, del periódico Congresistas, publicación bimestral, CD de México.
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