fotografía sin datar
La educación es, además de un derecho humano, un
detonante fundamental para generar conciencias, formar personas con sentido crítico,
tolerantes y respetuosas consigo mismas y con los demás.
La educación es un
pivote que fortalece al ser, pues le da la posibilidad de contar con una mejor
y más amplia visión de vida, así como de tener acceso a una diversidad de
derechos, personales y sociales, con la fuerza y vitalidad del que sabe valorarse
a sí mismo, al otro que es una parte suya, y a su entorno en el que habita.
Educar,
por su parte, es una tarea, además de noble y fraterna, profundamente ética.
Educa no solo el docente, el profesor, sino todo aquel que tiene la oportunidad
de enseñar o mostrar el camino a alguien, con la integridad, sinceridad y conocimiento
que a su alcance tiene.
Educar es
modificar actitudes y comportamientos y, además, propiciar el florecimiento del
ser de la persona, su libertad de pensamiento.
Educar y educación, por
tanto, contienen, en sí mismas, una actitud profundamente ética. Con ellas se
muestra a los demás, con sinceridad, honestidad y transparencia, el
conocimiento que se tiene sobre un determinado tema, cuestión de vida o punto
de derecho.
Educa
todo aquel que modifica, en lo individual, social o académico, el comportamiento
de la persona que lo escucha, sin trastocar su derecho de libre pensamiento. En
este sentido, es doblemente la responsabilidad ética y profesional la que asume un doctor en derecho, como lo son todos ustedes que el día de hoy recibirán su
reconocimiento por haber concluido el Doctorado en Derecho Constitucional.
Agradezco al Doctor
Enrique González Barrera, Rector de la Universidad Tepantlato, la honrosa invitación
para dirigirme a todos ustedes en este acto tan importante para la educación, la
sociedad, la Universidad Tepantlato y, por supuesto, para todos los alumnos que
en ella concluyeron dicho doctorado.
Estimada
doctora y doctores, señoras y señores e invitados especiales. Distinguidos
egresados del Doctorado en Derecho Constitucional.
Hoy,
efectivamente, nos reúne la entrega de dichos reconocimientos, tema extremadamente
significativo y alentador por varias razones. Citaré algunas de ellas.
En un proceso
tan complejo en materia de salud, como la pandemia que vivimos, a nivel nacional
e internacional, la Universidad Tepantlato no escatimó esfuerzos para continuar
con sus planes y programas académicos.
La cátedra
virtual y el respeto a las disposiciones sanitarias se siguieron al pie de la
letra y siguió adelante. Las circunstancias las asumió como un reto y oportunidad
para reconocer su fuerza y capacidad de adaptación. Respondió a las nuevas exigencias
académicas y pedagógicas.
El
resultado: se fortaleció como institución educativa, prueba de ello son,
precisamente, los compañeros egresados que aquí nos reúnen. Felicidades señor
Rector. Su firmeza en el timón nos llevó a todos a buen puerto.
Otro
motivo de júbilo en este acto, es, me parece, ya no solamente la fuerza de la universidad
como institución educativa, que está fuera de toda duda, sino la mística que ella
encierra. ¿Cómo se ha construido esta mística?
Hace
unos momentos hablé de la educación y el educador, retomo ahora una pregunta:
¿y quién educa al educador? Pregunta central cuya respuesta, estoy seguro, redondeará
su sentido de pertenencia a esta su alma mater.
La Universidad
Tepantlato se distingue por sus egresados y por apegarse al ideal que tiene
toda institución educativa de unir la investigación y la docencia. Cuestión que
ha logrado con creces. Sus planes de estudio se nutren con todos y cada uno de
sus docentes, los cuales están vinculados con la técnica y doctrina jurisdiccional,
con el estudio de la doctrina jurídica, nacional e internacional, y con los
hechos jurídicos puestos a su consideración.
Razón
por la cual su calidad, pericia y conocimiento se actualiza día a día e incluso,
es posible decir que las reformas normativas de hoy, son parte medular de sus
criterios y resoluciones con las cuales respondieron a los justiciables. Sus
docentes y conferencistas son de vanguardia y van adelante siempre. Egresados,
felicidades nuevamente, su sentido de pertenencia a esta su universidad tiene
un fuerte sustento.
Agregaría
dos cuestiones más. Esta universidad efectivamente les felicita por haber concluido
su Doctorado en Derecho Constitucional, valora su esfuerzo y dedicación, sin
embargo, también felicita a todos aquellos que les apoyaron y motivaron para no
claudicar en el camino, a sus familiares, compañeros, hijos o hermanos. A todos
ustedes también nuestro reconocimiento y felicitación.
La
segunda cuestión, y con ella concluyo, es decirles a todos y cada uno de los
compañeros egresados del Doctorado de Derecho Constitucional, que, para su
servidor, obtener un doctorado como grado académico, significa, entre otras
cosas, asumir un gran compromiso personal y social y, al mismo tiempo, asumir una
actitud de gran humildad interna.
Ser
doctor, para mí, es, sobre todas las cosas, ser y saber ser humilde. Soy de las
personas que estiman que el conocimiento se construye sin soberbia ni egoísmos
ni jerarquías. Cualquier reflexión, por muy pequeña que sea, respecto a un
determinado objeto de estudio, hecho social o caso concreto que se esté
analizando, constituye una enorme luz a nuestros ojos.
Nunca
pierdan su capacidad de asombro ni de escuchar y respetar al otro. Todos,
siempre, tenemos algo de razón. Nunca pierdan la humildad de buscar, como si no
supieran nada, el fondo de las cosas. La humildad, según mi parecer, es la
madre del conocimiento, la prudencia, equidad y calidad humana del hombre sabio.
“Solo sé que nada sé”, diría Sócrates, otros filósofos, entre ellos Nicolás de
Cusa, le llamaron “la docta ignorancia”.
Estar consciente que el
saber acumulado es siempre insuficiente para abordar la esencia de un hecho jurídico
o un acontecimiento social, cuyo acto distintivo con respecto a otros, depende,
en gran parte, del tiempo, modo y circunstancia de los hechos, es de suma
importancia. Los hechos nos llevan al derecho y el derecho a una mejor
impartición de justicia.
La humildad de saber
que es insuficiente lo que se sabe para conocer lo conocido, es fundamental para
no quedar atrapado en la arrogancia ciega del conocimiento. “Lo conocido,
precisamente por ser conocido, no es reconocido”, lo dice Hegel, y lo dice
bien, en su fenomenología del espíritu absoluto. Es bueno recordarlo. Más
una persona con el grado de doctor, título con el cual inicia propiamente la carrera
de un docente, de un investigador, de una persona letrada con un criterio
propio. Y más todavía, ante una sociedad de la información, como ésta que
vivimos, en la cual parecería que, mediante la inteligencia artificial o el Chart
GPT, algoritmo creado por el conocimiento y creatividad del ser humano, ahora se
pretende, a la inversa, que sea el ser humano el que piense y actúe como él,
como máquina, con un conocimiento enciclopédico y estándar.
Maravillados unos,
angustiados otros. Lo cierto es que el conocimiento, la reflexión y la voz propia,
ahora más que nunca requieren su presencia mis distinguidos egresados del
Doctorado en Derecho Constitucional.
Genaro González Licea
Caloclica, Ciudad de México, 4 julio
de 2023.
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