domingo, 22 de abril de 2018

Marihuana, dependencia y olvido de la realidad


Genaro González Licea


El tema de la marihuana no se limita, preponderantemente, a un problema de salud, sino también, y sobre todo, a un problema social y político. Con la peculiaridad de que, en un contexto como el nuestro, dicho tema está sujeto a las leyes del mercado de los estupefacientes y al gran monopolio del narcotráfico, como sector industrial de gran calado.

         Estudiar el uso de la mariguana solamente por fines lúdicos de las personas y como un tema de salud, implica desentender los problemas sociales que encierra desde la semilla, el cultivo y la distribución. Una determinación que sobre este tema se ejerza públicamente, no deja de tener un aspecto romántico o, en última instancia, de un proyecto de asombrosa claridad, puesto que, a renglón seguido, estaría la creación de una gran empresa que la cultive y comercialice, toda vez que no está autorizada su siembra (dejemos la siembra de maceta como juego de niños desde los primeros siglos hasta nuestros días) y la distribución. De cualquier manera, soy de las personas que argumentan que cuando una determinación, una resolución, se toma de manera parcial, la doctrina que la sustenta fácilmente puede llevar al desbordamiento del tema mismo. El Estado contra el Estado mismo.

         Las determinaciones construidas con doctrina, fácilmente pueden desbordar los planteamientos que por esta vía se propongan y, por lo mismo, que los efectos sociales sean de gran impacto y se reviertan al propio Estado.

         En el caso concreto, estimo que poca utilidad tiene el que se conozca perfectamente la estructura y comportamiento de las partes del cuerpo, el aspecto farmacológico, biológico y terapéutico de la persona y la marihuana, por señalar algunas propiedades, si perdemos de vista la potencialidad de la infraestructura médica para tratar preventiva y clínicamente a un paciente, a los efectos y comportamiento de una sociedad vinculada con el narcotráfico como industria de reproducción de capital.
         En lo expuesto, me parece, está mi primera observación. El tema de la marihuana es muy importante no desvincularlo del tema del narcotráfico en mi país, ya como problema evidente y desbordado, posteriormente sería su vinculación con salud, sociedad, industria y políticas públicas a implementar. Este primer acercamiento así concebido, a mi parecer, es capital para las determinaciones subsecuentes.

         La marihuana no solamente admite un estudio medicinal, sino también farmacéutico y como droga o agente que puede generar una modificación en el comportamiento de la persona dependiente de ella. Toda dependencia, entiendo, sea en términos personales, familiares o sociales, repercute en mayor o menor medida, en una determinación participativa del Estado en sus políticas públicas, sea preventiva o correctivamente.

         Por supuesto, de ninguna manera me opongo a los criterios que avalan el uso recreativo de la marihuana, pues es incuestionable que en términos de derechos fundamentales toda persona tiene el derecho a decidir su propio sentido de vida, caso contrario se estaría limitando la libre determinación tanto de su persona, como de su personalidad que le asiste por el solo hecho de serlo.

         Sin embargo, en un contexto como el nuestro, donde el esquema de salud, y ya no hablemos de la calidad de ésta, es precario e insuficiente para atender las demandas del sector. En un país donde la drogadicción está en temas no de personas ni de grupos, sino de un comportamientos económico de magnitud equiparable a la industria farmacéutica o armamentista, entonces, parecería que el Estado, de autorizarla, solo pretendió respetar el derecho a la libre determinación de la persona y de la personalidad humana, por una parte, y fomentar el placer, evitar el dolor, generar la dependencia y el olvido de nuestra propia situación personal y condición social. Es mucho mejor generar el olvido de los problemas que vivimos, que enfrentarlos. Como Estado, ya llegará el momento de hacerlo, igual como sucede, por ejemplo, con el tema del envejecimiento.

         Particularizo en el tema de la marihuana porque es el tema que aquí trato, pero la misma actitud puede aplicarse al consumo del alcohol o el tabaco, los cuales, ya ubicado en nuestro país con el “ismo”, hablamos propiamente de un problema de alcoholismo y tabaquismo. Como un problema de salud pública, donde, por cierto, la respuesta del Estado ha quedado corta. Sobre el particular, los apoyos alternativos abundan.
         En resumidas cuentas, qué bueno que se autorizó el consumo de la marihuana como uso recreativo o lúdico, pero lo que quizá faltó, sin embargo, es prever las consecuencias mínimas de ese consumo.

         Dado el caso que sea correcta mi observación, entonces, es bien sabido que los criterios jurisprudenciales, así como la letra fijada en la norma, no están plasmados en piedra, de una vez y para siempre. Quizá sea posible efectuar una nueva reflexión sobre el tema, de no ser así, quizá también tenga razón el Estado en que es mejor tener sedado a la persona, y qué mejor anestésico que la marihuana y el alcohol, por dar dos ejemplos, para que las personas olviden su entorno y su condición social.

         Al opio de la religión que contempló Carlos Marx, agréguese el opio del pobre, como se conoce a la marihuana en algunas regiones latinoamericanas.

Yo no sé, por supuesto, si en un nuevo replanteamiento se prohíba o no el uso de la marihuana (resolución que de ser favorable sería bien vista por los millones y millones en el mundo, omito decir cuántos en mi país, que acostumbran el uso de la marihuana, véase sobre el particular el Informe Mundial sobre las Drogas 2016, emitido por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y Delito, UNODC), lo que sí sé es que la regulación del Estado debe ser tomada con mucha seriedad. La marihuana no solamente es la marihuana, sino la materia prima de infinidad de productos, lo cual conlleva a la inevitable reflexión, también pública y madura, sobre sus efectos y consecuencias, repito, sobre sus efectos y consecuencias.

La criminalización y moralización del tema en estas condiciones estorban. Su estudio riguroso como un problema de salud, social, económico y político es el que se hace más que necesario.


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