Genaro González Licea
El tema de la marihuana
no se limita, preponderantemente, a un problema de salud, sino también, y sobre
todo, a un problema social y político. Con la peculiaridad de que, en un contexto
como el nuestro, dicho tema está sujeto a las leyes del mercado de los
estupefacientes y al gran monopolio del narcotráfico, como sector industrial de
gran calado.
Estudiar el uso de la mariguana solamente por fines lúdicos
de las personas y como un tema de salud, implica desentender los problemas
sociales que encierra desde la semilla, el cultivo y la distribución. Una
determinación que sobre este tema se ejerza públicamente, no deja de tener un
aspecto romántico o, en última instancia, de un proyecto de asombrosa claridad,
puesto que, a renglón seguido, estaría la creación de una gran empresa que la
cultive y comercialice, toda vez que no está autorizada su siembra (dejemos la
siembra de maceta como juego de niños desde los primeros siglos hasta nuestros
días) y la distribución. De cualquier manera, soy de las personas que
argumentan que cuando una determinación, una resolución, se toma de manera
parcial, la doctrina que la sustenta fácilmente puede llevar al desbordamiento
del tema mismo. El Estado contra el Estado mismo.
Las determinaciones construidas con doctrina, fácilmente
pueden desbordar los planteamientos que por esta vía se propongan y, por lo
mismo, que los efectos sociales sean de gran impacto y se reviertan al propio
Estado.
En el caso concreto, estimo que poca utilidad tiene el que
se conozca perfectamente la estructura y comportamiento de las partes del
cuerpo, el aspecto farmacológico, biológico y terapéutico de la persona y la
marihuana, por señalar algunas propiedades, si perdemos de vista la potencialidad
de la infraestructura médica para tratar preventiva y clínicamente a un
paciente, a los efectos y comportamiento de una sociedad vinculada con el
narcotráfico como industria de reproducción de capital.
En lo expuesto, me parece, está mi primera observación. El
tema de la marihuana es muy importante no desvincularlo del tema del
narcotráfico en mi país, ya como problema evidente y desbordado, posteriormente
sería su vinculación con salud, sociedad, industria y políticas públicas a
implementar. Este primer acercamiento así concebido, a mi parecer, es capital
para las determinaciones subsecuentes.
La marihuana no solamente admite un estudio medicinal, sino
también farmacéutico y como droga o agente que puede generar una modificación
en el comportamiento de la persona dependiente de ella. Toda dependencia,
entiendo, sea en términos personales, familiares o sociales, repercute en mayor
o menor medida, en una determinación participativa del Estado en sus políticas
públicas, sea preventiva o correctivamente.
Por supuesto, de ninguna manera me opongo a los criterios
que avalan el uso recreativo de la marihuana, pues es incuestionable que en
términos de derechos fundamentales toda persona tiene el derecho a decidir su
propio sentido de vida, caso contrario se estaría limitando la libre
determinación tanto de su persona, como de su personalidad que le asiste por el
solo hecho de serlo.
Sin embargo, en un contexto como el nuestro, donde el
esquema de salud, y ya no hablemos de la calidad de ésta, es precario e
insuficiente para atender las demandas del sector. En un país donde la
drogadicción está en temas no de personas ni de grupos, sino de un
comportamientos económico de magnitud equiparable a la industria farmacéutica o
armamentista, entonces, parecería que el Estado, de autorizarla, solo pretendió
respetar el derecho a la libre determinación de la persona y de la personalidad
humana, por una parte, y fomentar el placer, evitar el dolor, generar la
dependencia y el olvido de nuestra propia situación personal y condición
social. Es mucho mejor generar el olvido de los problemas que vivimos, que
enfrentarlos. Como Estado, ya llegará el momento de hacerlo, igual como sucede,
por ejemplo, con el tema del envejecimiento.
Particularizo en el tema de la marihuana porque es el tema
que aquí trato, pero la misma actitud puede aplicarse al consumo del alcohol o
el tabaco, los cuales, ya ubicado en nuestro país con el “ismo”, hablamos
propiamente de un problema de alcoholismo y tabaquismo. Como un problema de
salud pública, donde, por cierto, la respuesta del Estado ha quedado corta. Sobre
el particular, los apoyos alternativos abundan.
En resumidas cuentas, qué bueno que se autorizó el consumo
de la marihuana como uso recreativo o lúdico, pero lo que quizá faltó, sin
embargo, es prever las consecuencias mínimas de ese consumo.
Dado el caso que sea correcta mi observación, entonces, es
bien sabido que los criterios jurisprudenciales, así como la letra fijada en la
norma, no están plasmados en piedra, de una vez y para siempre. Quizá sea
posible efectuar una nueva reflexión sobre el tema, de no ser así, quizá
también tenga razón el Estado en que es mejor tener sedado a la persona, y qué
mejor anestésico que la marihuana y el alcohol, por dar dos ejemplos, para que
las personas olviden su entorno y su condición social.
Al opio de la religión que contempló Carlos Marx, agréguese
el opio del pobre, como se conoce a
la marihuana en algunas regiones latinoamericanas.
Yo no
sé, por supuesto, si en un nuevo replanteamiento se prohíba o no el uso de la
marihuana (resolución que de ser favorable sería bien vista por los millones y
millones en el mundo, omito decir cuántos en mi país, que acostumbran el uso de
la marihuana, véase sobre el particular el Informe Mundial sobre las Drogas
2016, emitido por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y Delito, UNODC),
lo que sí sé es que la regulación del Estado debe ser tomada con mucha
seriedad. La marihuana no solamente es la marihuana, sino la materia prima de
infinidad de productos, lo cual conlleva a la inevitable reflexión, también
pública y madura, sobre sus efectos y consecuencias, repito, sobre sus efectos
y consecuencias.
La
criminalización y moralización del tema en estas condiciones estorban. Su
estudio riguroso como un problema de salud, social, económico y político es el
que se hace más que necesario.
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