lunes, 29 de junio de 2015

Ciudadanía y derechos humanos*


Matrimonio entre personas del mismo sexo, un reto que inicia

  
Genaro González Licea

 
*Foto: Ingrid L. González Díaz


Rejuvenece el sistema jurídico mexicano al reconocer el matrimonio de personas del mismo sexo. No existe razón constitucional para no reconocerlo y, en consecuencia, es inconstitucional la ley de cualquier entidad federativa que considere que la finalidad del matrimonio es la procreación o lo defina como el que se celebra entre un hombre y una mujer.

          Mediante este criterio, además de acceder al régimen jurídico del matrimonio las personas en cuestión, se suprime, por inconstitucional la discriminación del mensaje de condicionamiento trasmitido por la norma. Ninguna ley, como lo expresa literalmente una parte de la sentencia, decisión o práctica de derecho interno, tanto por parte de autoridades estatales como de particulares, pueden disminuir o restringir los derechos de una persona a partir de su orientación sexual.

          En una sociedad dominada por el prejuicio, por estereotipos o ideas aceptadas acríticamente por un grupo social o incluso por la sociedad en su conjunto, como es que el matrimonio solamente puede darse “entre un solo hombre y una sola mujer”, o bien que la función básica de la mujer es la procreación y cuidado de los hijos. En una sociedad donde el eje rector es el sentimiento de culpa generado por el remordimiento de hacer algo contrario a los principios más que propios, inculcados, externos e, incluso, por qué no decirlo, ajenos. Sentimientos de culpa cuya fuente, por lo general, es de ese perfil religioso, esclerotizado, de mirar pordiosero, de abandono y humillación pegada al piso. Esa culpa que difícilmente permite mirar al frente con la dignidad que cualquier persona tiene.

          En una sociedad así, naturalmente, el reconocimiento constitucional del matrimonio, como lo expresa la sentencia, es un logro social de gran trascendencia, complejo de suyo y apenas en su amanecer. Se ha reconocido la unión sentimental que con suma dignidad han vivido dos personas del mismo sexo. Mirarse fijamente a los ojos a pleno sol, de la misma manera que a la sociedad entera no es poca cosa.

          Debe ser frustrante estar conscientes de lo efímero que somos y, a pesar de ello, vivir en forma subterránea gran parte de la vida. Recuerdo las palabras de un primer ministro que casó con su pareja de igual sexo, una vez aprobada la ley que lo regula. Según la crónica, éste dijo sin más: “tengo solo una vida, y no la quiero esconder”, retomando la letra de una canción que en la lucha gay es todo un himno.

          Efectivamente, me parece, durante siglos nos humillamos a nosotros mismos al permitir que se estigmatizara a los homosexuales de “enfermos”, “inadaptados” o “delincuentes”. Por supuesto, en lo que a mí me corresponde, me disculpo por ello.

          El reconocimiento legal del matrimonio del que hablamos, como dije, es un reto que comienza. El criterio es genérico, cierto, sin embargo, solamente aflora en un puñado de ciudades. Falta mucho por hacer en las demás, en lo rural, en las instituciones públicas y privadas, en el hogar, en las escuelas y educación en general. En esa gran parte de la población que aún se pregunta: ¿cómo se puede casar un hombre con un hombre. Una mujer con una mujer?

          En puerta también está la actitud discriminatoria del dueño de capital, de los sectores conservadores y de poder en general, del clero ni se diga. Nuevos compromisos laborales se asumen con los matrimonios del mismo sexo. Los derechos sociales se incrementan. Partidos y sindicatos permanecen mudos. ¿Cómo actuar con personas así?, ¿cómo agremiar a homosexuales y posibles matrimonios, o parejas del mismo sexo? Por ahora, parecería que lo mejor es tenerlos alejados, como votantes anónimos y sin conciencia política. Se equivocan. El golpe al machismo fundacional no les permite ver con claridad las cosas. Tal vez con el tiempo el esposo o el concubino de una persona homosexual sea líder sindical o de partido, ocupe una curul o cargo público. Por ahora, insisto, de lejos, en el silencio subterráneo, en el anonimato, a pesar de su reconocimiento legal.

          Solamente el clero, por razón natural, cuestiona la legalización del matrimonio que aquí comento, sin detenerse, incluso, en el significado de las palabras que, según los medios de comunicación mundial, expresó el actual papa, discúlpeseme las minúsculas, en su viaje de regreso de Río de Janeiro a Roma, julio de dos mil trece para ser exactos: “quien soy yo para juzgar a un gay”. El clero tradicional, sin embargo, poder ideológico y de dominación al fin, hace un llamado a reconocer como único matrimonio al de un hombre con una mujer que por su capacidad procreativa garantiza la supervivencia de la especie humana. Marca su territorio al margen de cualquier derecho humano. El poder es el poder.

          El estado, por su parte, tiembla. Sabe muy bien que carece de la infraestructura para proporcionales los servicios sociales que conforme a derecho les asiste. Téngase en cuenta que en relación con estos derechos el estado actualmente responde con dificultad a los matrimonios y concubinos heterosexuales, agréguese los matrimonios y concubinos de personas del mismo sexo. Recordemos que estos últimos han impugnado en diversos amparos a la legislación federal y estatal que limita la institución del concubinato a parejas de distinto sexo, lo cual, remarcan, trasgrede los derechos constitucionales de igualdad y no discriminación en razón de la preferencia sexual, a la identidad, al libre desarrollo de la personalidad y a la protección de la organización y desarrollo de la familia. Entendible, el mundo se cae en sima. La política pública de índole social se evidencia.

          Como dije, el reto inicia. El derecho a casarse no sólo significa tener acceso a los beneficios expresivos asociados al matrimonio, sino también el derecho a los beneficios materiales que las leyes adscriben a la institución, como los fiscales, los de solidaridad, por causa de muerte de uno de los cónyuges, de propiedad, en la toma subrogada de decisiones médicas, y migratorios para los cónyuges extranjeros, entre otros. Privarles de estos beneficios sería un crimen. Reflexionar sobre el tema de la calidad de vida de las parejas de homosexuales es ineludible.

          Al paso de lo dicho, me parece importante referir que algunas legislaciones, en su búsqueda de corregir la discriminación matrimonial de la que hablamos, han adicionado a la sacramental expresión “el matrimonio se circunscribe a un solo hombre y una sola mujer”, la figura de “enlace conyugal”, el cual se celebra entre dos personas del mismo sexo. Figura, por supuesto, discriminatoria e inconstitucional, pues equivale a aceptar que en el matrimonio existe un régimen de “separados pero iguales”. Se reconoce el matrimonio pero unos allá y otros más allá. Cuestión que es inaceptable.

          Muchos amparos confirman lo hasta aquí dicho, en particular los que integraron las jurisprudencias 43 y 46, ambas de 2015, emitidas por la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En ellas está, firmemente acuñada, la siguiente idea: “no existe ninguna justificación racional para reconocer a los homosexuales todos los derechos fundamentales que les corresponden como individuos y, al mismo tiempo, reconocerles un conjunto incompleto de derechos cuando se conducen siguiendo su orientación sexual y se vinculan en relaciones estables de pareja,” es un acto, permítaseme el agregado, de igualdad en democracia.

          Después de la euforia y el aplauso mediático por la reivindicación, la cual, sin duda es importante, sigue ahora un proyecto igualitario inmerso en democracia para matrimonios y concubinos del mismo sexo, para personas homosexuales en general. El reto, como dije, inicia.

 *Foto: Ingrid L. González Díaz

* Pendiente de publicarse en Congresistas, periódico bimensual.

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