La visibilidad de las personas
mexicanas negras, en forma imprecisa llamadas afromexicanas
Genaro
González Licea
* Foto: Ingrid L. González Díaz
Como era de
esperarse, las cifras sobre las personas mexicanas negras, chocos o mascogos, en
forma imprecisa llamadas afromexicanas, después de la encuesta de población de 2015
empezaron a correr sin rumbo y sin destino, de allá para acá y viceversa. Lo
cierto es que al final de la jornada se tiene que éstas viven en la marginación
y en la pobreza evidente, clasifíquela como usted quiera, igual que millones de
mexicanos.
La visibilidad oficial de éstos
mexicanos inició con la pregunta censal, de acuerdo con unas fuentes, ¿usted se siente afrodescendiente? y,
con otras, con la siguiente: de acuerdo
con su cultura, historia y tradiciones, ¿usted se considera negro o negra,
afromexicano o afromexicana o afrodescendiente? En ambos casos no se oculta
la discriminación, la falta de tacto y delicadeza, la falta de respeto a los
derechos humanos y la idea racista del "somos iguales pero
diferentes" hacia la población mexicana de la que hablamos.
Seis siglos después de su existencia, después
de haber pasado generaciones enteras, y del inocultable olvido, discriminación y
desprecio a la cual han sido sujetos, el Estado les llama, como lo hace con el
grito, con el llanto o con el pensamiento, el padre desobligado, en su lecho de
muerte, a sus hijos dispersos.
Es evidente la urgencia del Estado de
saber con precisión, santo y seña de las personas de esta cultura nuestra. Cuántos
mexicanos negros o mulatos hay, cuántos van a la escuela, cuántos están
vacunados, cuántas mujeres, hombres, niños, niñas, adolecentes. Qué comen, dónde
viven. Todo lo que se pueda saber sobre esta población es urgente,
extremadamente urgente dicen otros.
La razón de fondo, una sola: hacer
políticas públicas que permitan cumplir con los compromisos internacionales
contraídos por el Estado mexicano sobre el tema y, aprovechando la coyuntura, incorporarlos
al lenguaje de las campañas políticas que están en puerta. Si es posible hacer
de uno o más de ellos diputados, senador, presidente municipal o de la
república. Vicente Guerrero ya lo fue por nueve meses, del 1º. de abril al 17
de diciembre de 1829 para ser exactos.
Por supuesto, de antemano ya se da por
un hecho, que en los lugares donde existe un mayor número de ésta población,
inmediata y urgentemente se generen áreas administrativas para atenderles. Subsecretarías
de Desarrollo del Pueblo o Comunidades Afromexicanas, o departamentos de
Atención a las Comunidades Afrodescendientes o Afromexicanas. Así como programas
para atención a los niños y niñas (espero no me defrauden y le pongan así para
estar con el lenguaje de moda) de afromexicanos en materia de educación, o
deporte, o para atender a las personas afromexicanas o afrodescendientes de la
tercera edad, por señalar algunos y, para no cansarles, discúlpeseme omitir los
nombres de las cientos de comisiones y asociaciones sobre el particular.
Foto: Ingrid L. González Díaz
De este primera visibilidad oficial de
los pueblos mexicanos negros, se tiene que existen en el país 1.4 millones de
afrodescendientes. Población que representa, se dice, el 1.2 por ciento del
total. De esta estimación se esperan otras más, entre ellas, cuántas personas
son de sexo masculino y cuántas femenino. Cuántos niños, niñas y personas de la
tercera edad. Cuál es la ocupación principal de este núcleo de población y
cuántas personas nacen, emigran y mueren anualmente.
Se espera la danza de los números,
aunque, como en otros lugares lo he dicho, el problema no es de números sino
del estudio de una cultura que es parte de nuestra cultura. Una de las
propiedades de la igualdad matemática es que "todo número es igual a sí
mismo". Reflexiva contundente cuando de números se trata, no así cuando
con ellos se intenta dar un contenido a la pobreza y marginación de un pueblo
de mexicanos negros que desde hace seis siglos sobreviven en este pueblo mío.
Son parte y raíz de un país
discriminado. Son agua del mismo manantial donde comulgamos todos. Sus usos y
costumbres integran una parte del alma mía. No se trata de contar negros,
blancos o morenos, sino darle contenido a lo que somos. Yanga está clavado en
cualquier Huasteca o en pleno desierto de Sonora. En la Selva Lacandona o en la
Sierra Madre Occidental.
El sonar del fotuto, de caracol o
calabaza, suena igual en un huichol que en un negro aislado, alegre o cimarrón.
Lo mismo pasa con el canto de la lechuza, mitad diablo mitad bruja. Con el maíz
y la tortilla, con las plegarias para invocar la lluvia o decirle adiós al sol.
Con los ritos, danzas, sones y fandangos muy mexicanos, muy indígenas, muy
negros. La cultura nos une con su amor y su tristeza y cada una de sus partes
se canta de mil colores. Cada quien a su manera despide el alma de sus muertos.
Entiendo la urgencia oficial y el gran
avance al reconocer al pueblo mexicano negro. De él se sabe en realidad muy
poco. Medir con números lo mucho que ignoramos traerá pequeños dividendos sino
lo acompañamos con otras acciones, entre ellas, reconocerles como personas
mexicanas de color negro en este caso, con una pertenencia nacional y una forma
de ser que desde hace seis siglos ha integrado nuestra composición
pluricultural originaria.
Acciones de inclusión formal y sin
discriminación alguna, son las que reclama este pueblo de personas mexicanas de
color negro, el cual, igual que el indígena, vivió y vivé en la clandestinidad cultural
por parte del Estado, ya que, como es natural, esas personas negras de origen
después fueron morenos y mestizos, pero siempre mexicanos. Por supuesto, sin
olvidar las comunidades intactas que persisten hasta nuestros días.
Sobre el particular, Salvador Vázquez
Fernández, en su artículo Las raíces del
olvido. Un estado de la cuestión sobre el estudio de las poblaciones de origen
africano en México, nos señala que en la Nueva España, los españoles para guardar la pureza de su sangre, prohibieron "el matrimonio con
negros y se creó un clima propicio para evitar el matrimonio con los indios. No
obstante, y por más que se intentase a toda costa evitar las mezclas raciales,
los constantes intercambios culturales conducirían inevitablemente al
establecimiento de redes y relaciones de parentesco, aunque en casi todos los
casos, éstas se llevaran a cabo en condiciones de clandestinidad.”.
La condición humana es más grande que
cualquier prejuicio sobre la tierra. Lo cierto es que al final del camino, nos
dice el mismo Vázquez Fernández, citando a David Rojas, Los negros en México. Investigación: Gonzalo Aguirre Beltrán, hecha en
1948 y 1949: "los productos de la mezcla,
tanto de negros como de españoles, sí fueron considerables, ya que al finalizar
la dominación extranjera en México, representaban el 40% de la población, y de
esa proporción, el 10% era considerado como afromestizo".
En el fondo, una sola
verdad aflora. El estigma de los negros, su rechazo y discriminación no era
sino una estrategia para justificar el comercio de esclavos, la esclavitud, la
trata humana, como una supuesta necesidad de mano de obra en lugares y espacios
donde se piensa, solamente ellos pueden soportar.
Yo espero que la
visibilidad oficial de los negros mexicanos traiga aparejada la
desmistificación de una parte de nuestra propia cultura. Que a la efervescencia
del tema, proclamas, medidas positivas, leyes coyunturales o no, le sigan serias
investigaciones del caso.
Foto: Ingrid L. González Díaz
Los mexicanos negros,
chocos o mascogos, como personas y comunidades deben ser reconocidos material y
formalmente como una parte de nuestra cultura y, por lo mismo, deben gozar
expresamente de un reconocimiento constitucional reforzado, además de los
derechos y deberes de la misma índole que ya tienen. Dicho en otros términos, a
sus derechos constitucionales que tienen como mexicanos es necesario el
reconocimiento explicito de sus usos y costumbres, por ejemplo en el artículo
2o constitucional, ya que son parte de nuestro marco pluricultural nacional.
Por su condición
originaria. Por el comercio y trata de la que fueron objeto. Por carecer de un
origen y no tener más pertenencia que la voluntad de sus dueños. Por su cultura
subterránea que fluyó como la nuestra y por su lucha como mexicanos por la
independencia de México y la construcción de éste su nuevo Estado, estimo muy
justo y merecido que, como integrantes de nuestra composición pluricultural
originaria, cuenten, explícitamente, con el reforzado reconocimiento
constitucional al cual aquí me he referido.
* Pendiente de publicarse en Congresistas, periódico bimensual.
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