jueves, 31 de marzo de 2016

Ciudadanía y derechos humanos*

La visibilidad de las personas mexicanas negras, en forma imprecisa llamadas afromexicanas


Genaro González Licea


 * Foto: Ingrid L. González Díaz

Como era de esperarse, las cifras sobre las personas mexicanas negras, chocos o mascogos, en forma imprecisa llamadas afromexicanas, después de la encuesta de población de 2015 empezaron a correr sin rumbo y sin destino, de allá para acá y viceversa. Lo cierto es que al final de la jornada se tiene que éstas viven en la marginación y en la pobreza evidente, clasifíquela como usted quiera, igual que millones de mexicanos.
          La visibilidad oficial de éstos mexicanos inició con la pregunta censal, de acuerdo con unas fuentes, ¿usted se siente afrodescendiente? y, con otras, con la siguiente: de acuerdo con su cultura, historia y tradiciones, ¿usted se considera negro o negra, afromexicano o afromexicana o afrodescendiente? En ambos casos no se oculta la discriminación, la falta de tacto y delicadeza, la falta de respeto a los derechos humanos y la idea racista del "somos iguales pero diferentes" hacia la población mexicana de la que hablamos.
          Seis siglos después de su existencia, después de haber pasado generaciones enteras, y del inocultable olvido, discriminación y desprecio a la cual han sido sujetos, el Estado les llama, como lo hace con el grito, con el llanto o con el pensamiento, el padre desobligado, en su lecho de muerte, a sus hijos dispersos.
          Es evidente la urgencia del Estado de saber con precisión, santo y seña de las personas de esta cultura nuestra. Cuántos mexicanos negros o mulatos hay, cuántos van a la escuela, cuántos están vacunados, cuántas mujeres, hombres, niños, niñas, adolecentes. Qué comen, dónde viven. Todo lo que se pueda saber sobre esta población es urgente, extremadamente urgente dicen otros.
          La razón de fondo, una sola: hacer políticas públicas que permitan cumplir con los compromisos internacionales contraídos por el Estado mexicano sobre el tema y, aprovechando la coyuntura, incorporarlos al lenguaje de las campañas políticas que están en puerta. Si es posible hacer de uno o más de ellos diputados, senador, presidente municipal o de la república. Vicente Guerrero ya lo fue por nueve meses, del 1º. de abril al 17 de diciembre de 1829 para ser exactos.
          Por supuesto, de antemano ya se da por un hecho, que en los lugares donde existe un mayor número de ésta población, inmediata y urgentemente se generen áreas administrativas para atenderles. Subsecretarías de Desarrollo del Pueblo o Comunidades Afromexicanas, o departamentos de Atención a las Comunidades Afrodescendientes o Afromexicanas. Así como programas para atención a los niños y niñas (espero no me defrauden y le pongan así para estar con el lenguaje de moda) de afromexicanos en materia de educación, o deporte, o para atender a las personas afromexicanas o afrodescendientes de la tercera edad, por señalar algunos y, para no cansarles, discúlpeseme omitir los nombres de las cientos de comisiones y asociaciones sobre el particular.

Foto: Ingrid L. González Díaz

          De este primera visibilidad oficial de los pueblos mexicanos negros, se tiene que existen en el país 1.4 millones de afrodescendientes. Población que representa, se dice, el 1.2 por ciento del total. De esta estimación se esperan otras más, entre ellas, cuántas personas son de sexo masculino y cuántas femenino. Cuántos niños, niñas y personas de la tercera edad. Cuál es la ocupación principal de este núcleo de población y cuántas personas nacen, emigran y mueren anualmente.
          Se espera la danza de los números, aunque, como en otros lugares lo he dicho, el problema no es de números sino del estudio de una cultura que es parte de nuestra cultura. Una de las propiedades de la igualdad matemática es que "todo número es igual a sí mismo". Reflexiva contundente cuando de números se trata, no así cuando con ellos se intenta dar un contenido a la pobreza y marginación de un pueblo de mexicanos negros que desde hace seis siglos sobreviven en este pueblo mío.
          Son parte y raíz de un país discriminado. Son agua del mismo manantial donde comulgamos todos. Sus usos y costumbres integran una parte del alma mía. No se trata de contar negros, blancos o morenos, sino darle contenido a lo que somos. Yanga está clavado en cualquier Huasteca o en pleno desierto de Sonora. En la Selva Lacandona o en la Sierra Madre Occidental.
          El sonar del fotuto, de caracol o calabaza, suena igual en un huichol que en un negro aislado, alegre o cimarrón. Lo mismo pasa con el canto de la lechuza, mitad diablo mitad bruja. Con el maíz y la tortilla, con las plegarias para invocar la lluvia o decirle adiós al sol. Con los ritos, danzas, sones y fandangos muy mexicanos, muy indígenas, muy negros. La cultura nos une con su amor y su tristeza y cada una de sus partes se canta de mil colores. Cada quien a su manera despide el alma de sus muertos.
          Entiendo la urgencia oficial y el gran avance al reconocer al pueblo mexicano negro. De él se sabe en realidad muy poco. Medir con números lo mucho que ignoramos traerá pequeños dividendos sino lo acompañamos con otras acciones, entre ellas, reconocerles como personas mexicanas de color negro en este caso, con una pertenencia nacional y una forma de ser que desde hace seis siglos ha integrado nuestra composición pluricultural originaria.
          Acciones de inclusión formal y sin discriminación alguna, son las que reclama este pueblo de personas mexicanas de color negro, el cual, igual que el indígena, vivió y vivé en la clandestinidad cultural por parte del Estado, ya que, como es natural, esas personas negras de origen después fueron morenos y mestizos, pero siempre mexicanos. Por supuesto, sin olvidar las comunidades intactas que persisten hasta nuestros días.
          Sobre el particular, Salvador Vázquez Fernández, en su artículo Las raíces del olvido. Un estado de la cuestión sobre el estudio de las poblaciones de origen africano en México, nos señala que en la Nueva España, los españoles para guardar la pureza de su sangre, prohibieron "el matrimonio con negros y se creó un clima propicio para evitar el matrimonio con los indios. No obstante, y por más que se intentase a toda costa evitar las mezclas raciales, los constantes intercambios culturales conducirían inevitablemente al establecimiento de redes y relaciones de parentesco, aunque en casi todos los casos, éstas se llevaran a cabo en condiciones de clandestinidad.”.
          La condición humana es más grande que cualquier prejuicio sobre la tierra. Lo cierto es que al final del camino, nos dice el mismo Vázquez Fernández, citando a David Rojas, Los negros en México. Investigación: Gonzalo Aguirre Beltrán, hecha en 1948 y 1949: "los productos de la mezcla, tanto de negros como de españoles, sí fueron considerables, ya que al finalizar la dominación extranjera en México, representaban el 40% de la población, y de esa proporción, el 10% era considerado como afromestizo".
          En el fondo, una sola verdad aflora. El estigma de los negros, su rechazo y discriminación no era sino una estrategia para justificar el comercio de esclavos, la esclavitud, la trata humana, como una supuesta necesidad de mano de obra en lugares y espacios donde se piensa, solamente ellos pueden soportar.
          Yo espero que la visibilidad oficial de los negros mexicanos traiga aparejada la desmistificación de una parte de nuestra propia cultura. Que a la efervescencia del tema, proclamas, medidas positivas, leyes coyunturales o no, le sigan serias investigaciones del caso.

Foto: Ingrid L. González Díaz

          Los mexicanos negros, chocos o mascogos, como personas y comunidades deben ser reconocidos material y formalmente como una parte de nuestra cultura y, por lo mismo, deben gozar expresamente de un reconocimiento constitucional reforzado, además de los derechos y deberes de la misma índole que ya tienen. Dicho en otros términos, a sus derechos constitucionales que tienen como mexicanos es necesario el reconocimiento explicito de sus usos y costumbres, por ejemplo en el artículo 2o constitucional, ya que son parte de nuestro marco pluricultural nacional.

          Por su condición originaria. Por el comercio y trata de la que fueron objeto. Por carecer de un origen y no tener más pertenencia que la voluntad de sus dueños. Por su cultura subterránea que fluyó como la nuestra y por su lucha como mexicanos por la independencia de México y la construcción de éste su nuevo Estado, estimo muy justo y merecido que, como integrantes de nuestra composición pluricultural originaria, cuenten, explícitamente, con el reforzado reconocimiento constitucional al cual aquí me he referido. 

* Pendiente de publicarse en Congresistas, periódico bimensual.

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