Segunda parte
*Foto: Ingrid L. González Díaz
El trabajo del intérprete/traductor de ninguna manera es de letra pequeña
diluida en un libro, o en la conciencia del lector. Es un trabajo de gran
reconocimiento y valor.
En mi caso, difícilmente cambiaría la traducción que
hace José Luis Calvo Martínez de los Discursos
de Lisias. La traducción de Calvo Martínez es para mí la que más se acerca a la
pureza, tersura y sencillez de leguaje, de ese brillante y eficaz abogado
ateniense que nació, según sus biógrafos antiguos, en el año 459 a.C.
Lo mismo puedo decir de la
traducción de José Gaos de las Lecciones
sobre filosofía de la historia universal de Hegel (Georg Wilhelm Friedrich
Hegel). O la que hace Julio Cortázar de Memorias
de Adriano de Margarita de Yourcenar. O bien, la que hacen Aníbal Froufe y Carlos
Vergara sobre la obra de Federico Nietzsche, o Julio Calonge, Emilio Lledó, y
Carlos García Gual, entre otros, de la obra de Platón.
Incluso,
mil disculpas por ejemplificar demás, pues muy familiar para todos nosotros es el
traductor de la Biblia del griego y
el hebreo al latín, como es Eusebio Hierónimo de Estridón (Estridón, Daknacua,
c. 340–Belén 420), mejor conocido como San Jerónimo, patrón de los traductores,
para unos, para otros, Alfonso X El Sabio (Toledo 1221–Sevilla 1284).
Sobre
la Biblia y sin tomar una en
particular, sino solamente para ejemplificar, una vez más, la importancia del
intérprete/traductor puedo decir, para mí mismo, que no es lo mismo que en una
de ellas se me diga que Jesucristo en su transe de muerte expresó:
"perdónalos señor que no saben lo que hacen", y en otra: "señor,
por qué me has abandonado".
Lo
que deseo remarcar es que la elección en la traducción de una palabra en una
oración o frase, es aquella que de acuerdo con la razón rige como gobernante en
la oración o frase misma. Esta deliberación para elegir la exacta o más
adecuada palabra, deliberación propia del intérprete/traductor, es lo que
Aristóteles llamó el justo medio
entre la virtud y la razón de nosotros mismos, y de ninguna manera como un acto
deliberativo propio de una operación aritmética, es decir, como una justa
medida.
Por
tanto, nuevamente me remito al papel tan importante del intérprete/traductor en
el ámbito cultural en general, jurídico en particular, de un país. No es lo
mismo traducir la idea del justo medio
aristotélico, como si fuese una justa medida, expresión propia, según mi
parecer, para traducir una oración cuyo sentido es aritmético.
Concluyo
este punto. Es de capital importancia el trabajo del intérprete/traductor. Su
capacidad técnica, cultura y sensibilidad se conjugan cuando al estar frente a
un documento original, lleva a cabo una traducción fiel de éste y una
interpretación de lo que en ese idioma se dice, para ser entendido por otra que
es ajena en el entendimiento de ese lenguaje. Su traducción palabra por
palabra, fluida y lógica en su sentido y esencia, haciendo gala del
conocimiento de la lengua, sabiduría y enorme sensibilidad que le permite
plasmar los diversos matices, claridad, brillo y sencillez contenidas en la
prosa del autor o documento que traduce.
Traducir,
nos dice Edmond Cary, aunque también lo podemos hacer extensivo para
interpretar, "es ser uno capaz de captar las infinitas resonancias de cada
palabra, de cada movimiento del pensamiento, de cada latido de corazón, y saber
comunicarlos al lector".[1]
Foto: Ingrid L. González Díaz
[1] Witthaus E. Rodolfo, Régimen legal de la traducción y del
traductor público, Editorial Abeledo - Perrot, Buenos Aires,
Argentina,1981, p. 36. Citando a Elsa T. de Pucciarelli, Qué es la traducción, editorial Nymohenbúrger, Verlagsbuchhandlung,
Munich, 1967, pág. 286.
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