Genaro González Licea
*Foto: Ingrid L. González Díaz
Primera parte
Mi gratitud a Don Roberto Criollo Avendaño, Director de la Facultad de
Lenguas, por permitirme participar en este evento sobre traducción jurídica
denominado XI Encuentro de San Jerónimo
y, por supuesto, al buen amigo Ismael Jiménez, que además de ser un excelente
traductor es un apreciable amigo. Mil gracias a ambos.
Intérprete/traductor a
manera de acercamiento
Nunca imaginé estar frente a un auditorio de intérpretes y traductores[1]
como ustedes. Se los digo con el mayor respeto y gratitud. Es una grata
realidad dirigirme a un grupo tan especializado que siempre ha merecido y merecerá
todo mi afecto y respeto. De antemano ofrezco disculpas por esta atrevida
intromisión, la cual, por si fuera poco, seguramente nada o casi nada nuevo
agregará a su formación profesional, más al estudiar en esta Benemérita Universidad Autónoma de Puebla,
en su Facultad de Lenguas, de tanta
historia y probado reconocimiento.
Son muchas las razones de
mi respeto y gratitud a ustedes. Sin duda su conocimiento técnico, científico,
cultural y de dominio de diversas lenguas o idiomas, todo lo cual, en su
conjunto, los hace peritos o personas reconocidas en una determinada área del
saber.
Sin embargo, para mí, el
respeto mayor que les tengo se debe a su calidad humana y humildad de
comportarse en la vida cotidiana, en lo individual y profesional.
Estimo que esta es la
mayor aportación del intérprete/traductor no solamente en el ámbito jurídico,
sino en cualquier área del saber y ámbito de convivencia humana.
Me explico. Soy una
persona que ha leído poco con relación a lo que han leído las personas de mi
edad. A pesar de ello, soy afecto a confrontar las diversas traducciones de un
mismo texto. Todas las traducciones tienen una excelente calidad. Empero, hay
unas que se distinguen de otras porque, por alguna razón, conmueven al lector o
es mucho más clara en su explicación.
La relación se da en forma
tripartita. Lo que dice o quiso decir el autor. Lo que dice el traductor que
dice el autor y, por supuesto, lo que uno como lector busca. Los tres
elementos, empero, tienen un punto de unión. El nivel cultural, la visión de
mundo de cada cual, y el interés que se tiene sobre un determinado punto del
saber o del conocimiento.
Llegamos así, a su calidad
humana y humildad a la que me referí y que tanto respeto. El intérprete/traductor
de la obra, con todo su trabajo de excelencia, es asimilado por el otro en su
plenitud e integridad. Le forma un criterio y nueva visión del mundo, y uno,
por lo general, no le recuerda o difícilmente le recuerda e, incluso, me incluyo,
más de una vez ni siquiera se le cita o lo citamos, como invariablemente se
hace en un juicio.
Cuando la norma sobre derechos
de autor, la lógica y la ética profesional indican que, tanto en la lectura de
una traducción sobre cualquier materia de conocimiento, como en la que se hace
allegar el juez en un juicio, el sustento del criterio tiene una fuente que hay
que citar. Lo anterior debe estar por encima de la costumbre de no hacerlo.
En los juicios, como ustedes saben, las cosas son
distintas. Siempre queda constancia del intérprete/traductor de determinada
prueba o documento. Con ello, el juzgador señala la parte de un todo que le
permitió formar criterio y motivar su resolución.
Lo que quiero decir con
esto es que el nombre del traductor, de ahí su calidad humana y humildad a la
que me refiero, se diluye, por lo general, en la letra pequeña al interior de
un libro y en la conciencia del lector. En tanto que en un juicio su aportación
queda glosada en el expediente.
Me parece que hay mucho
por hacer al respecto. Se puede argumentar que la impresionante cantidad de
juicios no permite aquilatar la calidad del intérprete o traductor. Se puede
decir también que uno al leer un libro cuyo original es un idioma distinto al
nuestro, uno leyó al autor y cita al autor por ser la persona principal de
nuestra referencia. Lo cual es inexacto, pues lo que uno realmente lee es la
calidad de la traducción, que encierra la sabiduría, pericia y sensibilidad del
que la llevó a cabo y, por tanto, el crédito se le debe proporcionar.
El problema, visto por cualquier ángulo, me parece
que es de educación, de conciencia y ética personal y profesional. Factores a
los cuales se sobrepone el peso de la costumbre. Por analogía, sucede algo muy
parecido con el fotocopiado de un libro. En cada esquina podemos hacerlo. La
falta de derechos de autor está tanto en el establecimiento mercantil como en
nosotros mismos.
*Foto: Ingrid L. González Díaz
[1] Traductor, entendido éste
como la "persona que traduce una obra o escrito" y, al hacerlo, la
interpreta. Intérprete: "1. Persona que interpreta. 2. Persona que explica
a otras, en lengua que entienden, lo dicho en otra que es desconocida. 3. Cosa
que sirve para dar a conocer los efectos y movimientos del alma". Para lo
dicho entre comillas, véase: Diccionario
de la Real Academia Española.
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