viernes, 9 de septiembre de 2011

El presidencialismo, ¿una ensambladura artificial?

Dentro de la red compleja e impresionante de rieles, se encuentra, entre otros, la reestructuración del Estado mexicano, la modificación del marco jurídico y la muerte del llamado presidencialismo.
Efectivamente, en nuestros días es importante hacer acotaciones a las funciones constitucionales del presidente de la República, sin embargo, éstas deben plantearse más allá de simples modificaciones a “flor de piel”; por ejemplo: cómo debe ser el informe presidencial, el derecho de veto y las facultades reglamentarias del presidente de la República. En estos momentos de transición se impone la reflexión, el estudio, la frialdad analítica de los efectos de eliminar el presidencialismo mexicano.
Por lo mismo, sugiero que antes de acotar la figura del Presidente, del presidencialismo mexicano, se conozca realmente qué es y qué ha sido lo que se pretende acotar.
¿El presidencialismo mexicano es un fenómeno político cuya historia se remonta a los tlatoanis y jefes de familia que ejercieron el poder? ¿El presidencialismo mexicano encierra una historia, una característica despótica, autoritaria y paternalista?, o bien, ¿constituye una figura sobrepuesta, un acto de conquista, un mito, un fetichismo?. Primero los virreyes de la Nueva España, después los gobernadores y presidentes investidos de poder absoluto constitucionalizado por el poder mismo, o por la voluntad del pueblo, de los ciudadanos, de la sociedad civil? ¿Qué sector social de poder, grupo de presión con capacidad real de decidir o intereses de clase y dominio tuvieron la fuerza de institucionalizar el presidencialismo mexicano? ¿Será correcto decir que la figura jurídica de Poder Ejecutivo, de Presidente de la República, sí existen, en tanto que no sucede lo mismo con la de presidencialismo? Finalmente, se impone una pregunta más: ¿el presidencialismo como variable de poder permitió la estabilidad y gobernabilidad política en el país?
Después de la conquista de México, en las instituciones no quedó nada nuestro. Nuestros dioses y símbolos quedaron enterrados. “Haciendo círculos de jade está tendida la ciudad, irradiando rayos de luz cual pluma de quetzal está aquí México: junto a ella son llevados en barcas los príncipes: sobre ellos se extiende una florida niebla”; “¿Acaso de verdad se vive en la tierra? No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. Aunque sea jade se quiebra, aunque sea oro se rompe, aunque sea plumaje de quetzal se desgarra, no para siempre en la tierra: sólo un poco aquí”; “Ellos vinieron a ser reyes, a tener mando en la tierra”; ¿Nada quedará en mi nombre? ¿Nada de mi fama aquí en la tierra? ¡Al menos flores, al menos cantos!” Después de la conquista, nada quedó de nosotros en las instituciones; nuestro canto se dispersó en cenizas por selvas y montañas, mares y ríos, sol y sombras, cultura oral unida debajo de la tierra.
El presidencialismo es un instrumento de poder sobrepuesto, es una figura que nació del conquistador. El sistema democrático presidencialista no se reconoce en figura alguna antes de su presencia, no tiene raíces constitucionales, como posiblemente el caso del parlamentarismo en los países desarrollados.[1]  El presidencialismo, utilizando las palabras de Theo Stammen, es una ensambladura artificial, ello en razón de que desde su nacimiento (la conformación de las trece ex-colonias inglesas de América del Norte), ha sido adoptado como una alternativa de sistema de gobierno con respecto, principalmente, a los países colonialistas e imperiales; como una necesidad de control y poder político; como una deformación en el ejercicio del poder, en cuanto que el soberano va más allá de lo que la sociedad le confiere, e incluso, de lo que implicaría la observancia de un estricto Estado de derecho. No es casual, por lo mismo, que dicho sistema de gobierno se adoptara desde “comienzos del siglo XIX por los países Iberoamericanos, que se emanciparon entonces de España y se hicieron independientes (...) El sistema presidencialista de gobierno se ha convertido así, evidentemente, en la forma predominante de gobierno en todo el hemisferio occidental, es decir, en América del Norte y del Sur”. [2]
En unos países, como en México, el presidencialismo constituyó por años un elemento de apoyo a la gobernabilidad, entendiendo por ésta al conjunto de condiciones sociales favorables al ejercicio y actuación del gobierno; sin embargo, es importante recordar, en primer lugar, que en México no siempre se vivió un sistema presidencialista, toda vez que en la Constitución de 1857 se reconocía un gobierno de corte parlamentarista, cuestión que cambia radicalmente después de la revolución de 1910, ante la desgastante experiencia caudillista. El caudillismo no permitía un gobierno de instituciones, un marco de estabilidad política. La negociación entre cuadros, intereses sociales y pactos nacionales, llevaron a la conformación de un nuevo proyecto nacional donde el primer consenso era eliminar el caudillismo y propiciar el liderazgo de las instituciones; pasar el caudillismo al presidencialismo. La Constitución de 1917 reconoce y fortalece la figura del presidente: el presidencialismo mexicano.

*González Licea, Genaro, Ensayo sobre la reestructuración del Estado mexicano, Amarillo editores, Derechos Reservados a favor del Autor, México, 2001.


[1]  Recordemos que “el sistema parlamentario de gobierno se basó en casi todas partes en condiciones constitucionales más antiguas y con frecuencia se desarrolló a partir de aquí orgánicamente y sin rupturas. (...) En el sistema presidencialista de gobierno, no puede decirse nada parecido. Aunque también puede derivarse de tradiciones constitucionales más antiguas, la construcción racional y la ensambladura artificial de las pares unas con otras son en él más características e importantes”.  Stammen, Theo, Sistemas políticos actuales, Editorial Guadarrama, Madrid,  España, 1974, p. 130.
[2]  Stammen, Theo, Ibídem. p.132.

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