viernes, 9 de septiembre de 2011

¿El PRI es un partido hecho para tomar el poder?*

Este partido nació a la par de una coyuntura histórica y proceso de transición; de una lucha violenta, posrevolucionaria y un claro caudillismo que obstaculizaba el paso a la época de las instituciones, a la institucionalización de la revolución mexicana, a la conformación de un Estado de derecho que permitiese la transmisión pacífica del poder. Este partido nació como una práctica, ejercicio y mecanismo de control político en beneficio de intereses instalados ya en el poder. Intereses propios de la clase social triunfante en un proceso revolucionario, con su ideología y necesidad histórica de reproducirse como clase. Un elemento crucial en dicha reproducción fue la implementación de un marco ideológico-político caracterizado por un nacionalismo revolucionario. En tal implementación la participación del partido que nos ocupa cumplió un papel de capital importancia. Insisto, por tanto, que el objetivo central que propició la creación del Revolucionario Institucional fue el de mantener el poder, y, de ninguna manera, el de tomarlo. Su creación responde a una necesidad de la sociedad política no de la sociedad civil.
Es así como desde el “nudo” de las decisiones nace primero el Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929, el cual cambia en 1938 a Partido de la Revolución Mexicana, y el 26 de marzo de 1946 a PRI. Dicho “nudo” no es otra cosa más que una respuesta de clase, una necesidad histórica de controlar el poder de los grupos y corrientes revolucionarias dispersas; investir de poder a las instituciones; sentar las bases para un proceso democrático, marcado por su estabilidad y gobernabilidad, pero, al mismo tiempo, por un centralismo férreo, “circulo de poder”, capaz de diseñar e implementar un nuevo proyecto nacional, una nueva reconfiguración de clases e intereses de clase; un nuevo patrón de acumulación.
Paralelamente a lo anterior se tiene también, el asesinato del general Álvaro Obregón como presidente de la República electo, así como la efervescencia del movimiento “cristero”; en síntesis, nos dice Jorge Pinto Mazal, en Los partidos políticos en México, Editorial Fondo de Cultura Económica, “los principios generales sobre los que se sustenta la ideología del partido de la Revolución como Partido Nacional Revolucionario y actualmente como Partido Revolucionario Institucional, que, como se dijo antes, están contenidos en la Constitución de 1917, son: la igualdad jurídica, económica y social de todos los hombres; el respeto de las libertades y derechos humanos, y las garantías para su ejercicio; el gobierno democrático, la soberanía popular, la organización federal del Estado; la economía mixta derivada del derecho y la obligación del Estado de dirigir y orientar la economía nacional; del derecho de propiedad de la nación sobre los recursos naturales fundamentales y el derecho de someter la propiedad privada a los dictados del interés público, subordinando así el interés individual al colectivo; la distribución de la tierra a los trabajadores del campo, la propiedad colectiva de la misma junto con la pequeña propiedad individual, el otorgamiento de recursos y todos aquellos elementos que constituyen una verdadera reforma agraria; la protección y defensa de los intereses de los trabajadores, a través de una cada vez más amplía legislación social; la educación obligatoria y gratuita de todos los mexicanos, como factor de liberación y transformación; una política internacional autónoma e independiente, basada en los principios de solidaridad, de respeto a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos; de abierto y franco repudio a la guerra y a toda forma de intervención; un desarrollo independiente que concilie el progreso económico, el progreso social y el progreso cultural”.
Cada línea del párrafo anterior, en estos momentos, año 2002, se revierte al Revolucionario Institucional en particular, a la clase política y pensamiento crítico nacional en lo general. En estos tiempos que el país camina a rumbo y tanteada, al mismo tiempo que se incorpora, por compromisos de quién, de qué sector, de cuál clase, a la economía especulativa del ciberespacio y las telecomunicaciones sin fronteras. Pero seamos claros, la globalización lo que realmente hace es remarcar las grandes diferencias sociales. La lectura histórica de pobreza y miseria debe ser plenamente nuestra.

*González Licea, Genaro, Ensayo sobre la reestructuración del Estado mexicano, Amarillo editores, Derechos Reservados a favor del Autor, México, 2001.

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