viernes, 9 de septiembre de 2011

¿Vivimos la muerte del presidencialismo?*

¿Realmente estamos viviendo la muerte del presidencialismo mexicano?, ¿realmente está agotada esta forma de ejercer constitucionalmente el poder? Al margen de la respuesta que se dé, es de capital importancia acudir al análisis y desterrar las manifestaciones emocionales y, por el contrario, estudiar los efectos de eliminar constitucionalmente el presidencialismo y, en contrapartida, los referentes a la nueva figura que se genere, o al vacío que se produzca; por otra parte, pensemos también en lo siguiente: ¿dado el caso de que la sociedad mexicana ya no quiera un sistema presidencialista, entonces qué quiere? 
Considero que si realmente se desea acotar las funciones constitucionales del Ejecutivo Federal, es imprescindible, antes de elaborar cualquier propuesta, responder, entre otras, la siguiente interrogante: ¿qué llevó y qué sustenta al presidencialismo mexicano?
Para contestar lo anterior, dejemos la idea ingenua de que fueron los constitucionalistas las personas preclaras, visionarias, las que tuvieron a bien conformarlo. El Estado es una condensación de intereses de clase; la conformación de un proyecto de poder y del poder mismo. A lo anterior, naturalmente, agréguese la necesidad y circunstancia histórica que presentó, en este caso, la formación económico social que se estudia, México después de la revolución de 1910, de la inestabilidad política propiciada por el caudillismo y de la necesidad de recuperación económica; esta última recrudecida nuevamente con la crisis mundial de los años cuarenta. El presidencialismo como figura de poder sobrepuesta por el propio poder, respondió a una transición, coyuntura y conformación de intereses en un marco nacional.
En el estudio que se lleve a cabo, seguramente se encontrará que la principal respuesta a la pregunta sobre el sustento del presidencialismo, es el poder militar, la visión que éste encierra.
El que pasemos de un presidencialismo a un parlamentarismo no es cuestión de gustos ni de caprichos; se requiere una concertación de intereses de clase, en especial, de los intereses de los grupos de presión. Tampoco es cuestión de retomar e implementar un ideal maderista frustrado en su momento y carente de contexto en nuestros días, me refiero a la llamada “Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalien- tes;” convención que favorecía, efectivamente, a la acción parlamentaria, a la figura del parlamentarismo mexicano; sin embargo, no así al control y poder político, al ejercicio del poder; en razón de que el corazón de un gobierno parlamentarista está, principalmente, en la conciencia política, en la cultura de participación política y en la manifestación de los intereses de la sociedad por medio de los partidos políticos. Recordemos que los partidos políticos tienen como función central la de tomar o mantener el poder; así como la de representar los intereses de clase y promover de acuerdo al segundo párrafo, fracción I, del artículo 41 constitucional, “la participación del pueblo en la vida democrática, contribuir a la integración de la representación nacional y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo”.
Dentro de los puntos centrales para establecer un real equilibrio de poderes y, en todo caso, acercarnos a un parlamentarismo, se encuentra el de reestructurar el mismo Poder Legislativo, tanto en su organización como en sus funciones (dentro de estas últimas estaría, por ejemplo, la facultad de ratificar la propuesta de gabinete del Ejecutivo Federal); así como el de la participación de los partidos políticos (dentro de un contexto de reforma política y reforma constitucional, sobre todo en lo referente al financiamiento que reciben); sin embargo, considero que de todos los puntos que se aborden, adquiere relevancia especial el del Ejército, Fuerza Aérea y Armada de México.
Si realmente se pretende romper con un sistema presidencialista, es necesario replantear la relación presidente de la República y Ejército mexicano. Al respecto mi propuesta es que se establezca una función constitucional para el Ejército, Armada y Fuerza Aérea Nacionales, creando para tal efecto un artículo constitucional exclusivo, por ejemplo un 129 bis, que a la letra diga: “La misión de las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, es garantizar la independencia y soberanía de México, así como defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Mediante la creación de dicho artículo realmente se acotaría el poder presidencial, en la medida en que, en estos momentos parecería que la función del Ejército, Armada y Fuerza Aérea Nacionales, están subsumidas en las funciones y obligaciones del Ejecutivo, toda vez que éste puede “disponer de la totalidad de la fuerza armada permanentemente o sea del ejército terrestre, de la marina de guerra y de la fuerza aérea para la seguridad interior y defensa exterior de la Federación”. ¿Cuál sería el efecto de la propuesta anterior? ¿Qué impacto produciría el hecho de regresar al Ejército, Fuerza Aérea y Armada de México al Estado, a su función primaria y razón de existir, frenando con ello su exclusividad de respuesta al comportamiento de las instituciones?, dicho en otros términos: ¿Qué efectos produciría el contar con un Ejército, Fuerza Aérea y Armada de México, de Estado y para el Estado, y no un Ejército, Fuerza Aérea y Armada de gobierno y para el gobierno? Ese es el estudio de fondo que propongo. Un estudio objetivo, verídico y comprobable que nos permitirá comprender si realmente ha muerto o no el presidencialismo mexicano.
Como puede advertirse, con relación a la acotación del presidencialismo mexicano, no estoy por su eliminación sin un estudio previo de las consecuencias que esto produciría; tampoco por el parlamentarismo por el parlamentarismo mismo. Estoy por un Estado de derecho; por un Estado donde nada se ubique por encima de la ley; por un Estado de vida, cultura y conciencia democrática. Estoy por un real equilibrio de poderes y una sociedad que crea y se identifique con sus instituciones. No estoy por un “festín de democracia”; por una democracia que se adapta a las necesidades de intereses unilaterales y no colectivos.

*González Licea, Genaro, Ensayo sobre la reestructuración del Estado mexicano, Amarillo editores, Derechos Reservados a favor del Autor, México, 2001.

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