lunes, 22 de agosto de 2011

Situación sociopolítica y reestructuración del Estado mexicano*



Para Vicente López Portillo y Tostado,
con aprecio, reconocimiento y gratitud.


Las palabras siempre serán inexactas para describir la pobreza que existe en mi país; casi sesenta millones de ciudadanos pobres, sin tener en cuenta, aproximadamente, a siete millones de indígenas, hay cifras que argumentan que son diez millones, ni mucho menos a los ancianos —hombres sabios que viven en el exilio en su propio país, y mueren de tristeza con su sensibilidad y amor a cuestas—, ni a los indigentes y discapacitados, ambos, al igual que los ancianos e indígenas, relegados de la sociedad, expulsados por el mercado del capital y sin contar con una política de Estado que apoye la recta final de su vida. La cultura de los azotes para ganarse el pan; si no hay azotes, no hay pan. Que lamentable. Sobre estos últimos, es de señalar que es la sociedad civil, por medio de las organizaciones no gubernamentales, la que está llevando programas de apoyo, al margen de los aplausos, este acto se valora y aprecia, porque a pesar de que no es un acto de clase, es una actitud generosa, doliente, humana. Mudo el Poder Ejecutivo y Legislativo, los partidos políticos y los sindicatos (las organizaciones de clase), la sociedad civil se pronuncia.
Al grupo indígena le sigue el de campesinos y obreros, ambos apenas tiene para comer, para subsistir; la economía de la sobrevivencia, en cada ama de casa una actividad artesanal, en cada persona una angustia por conseguir el pan; nada lejos de este sector se encuentra la llamada clase media, o sector de clase denominado de “cuello blanco”, que amortigua, socialmente, la relación y conflictos entre los trabajadores y los dueños del capital; finalmente, están los dueños de capital, tanto aquellos que no se identifican con el capital financiero internacional, aunque no lo rechazan, como los que están integrados plenamente a dicho capital. Agrego sobre el tema a un sector más de ciudadanos mexicanos, me refiero a los compatriotas que vive en Estado Unidos de Norteamérica y que, asciende a casi veinte millones. El hambre y el desempleo los llevó a otras tierras, su tristeza e identidad se encuentra aquí pero también allá; los recursos económicos que envían a familiares generan actividades productivas regionales, dan vida, permiten que la gente coma.
Son tan pocas las personas a las cuales les tiene sin cuidado el hambre, que bien podemos decir, que es el país en su conjunto el que día a día le levanta para luchar por obtener un pedazo de pan, lucha seca, silenciosa, cuerpo a cuerpo, a muerte. Las teorías se desploman ante la realidad, igual que la esperanza ante un México pobre, con un enorme desempleo, altos índices de criminalidad, niveles de desarrollo científico y tecnológico nada envidiables, y, para redondear, analfabeta (seis millones de analfabetas para el 2002. Dato escalofriante, pero no único, están también, para ese mismo año, los siguientes: quince millones sin primaria, y once millones sin secundaria.
Agréguese a lo anterior, la existencia de un Estado despreocupado por enfrentar los conflictos que produce la reproducción de capital y la clase social que no es dueña de los medios de producción, los asalariados sea en su carácter manual o intelectual; de un Estado que se preocupa por fomentar una democracia de seda, una democracia “festiva” donde se manifieste el individuo como individuo, más no el individuo como clase. De continuar con este círculo ¿cómo aspirar a un estado de derecho? Un Estado que con el hambre de este pueblo abona algunos compromisos de la deuda externa, pero no se piense que con ello se paga. La deuda externa nunca se pagará, precisamente porque así como está planteada es impagable, o, dicho de otra manera, esta estructurada para ser pagada infinidad de veces.
Sin embargo, pese a todo, la nación vive, busca una y otra vez su rostro; grita desde el subsuelo su amor por esta tierra, sabe que las teorías y los métodos son herramientas que no tienen la última palabra, que es el conjunto de personas, ancianos, niños, jóvenes, sectores sociales organizados en los cuatro puntos cardinales, sindicatos, partidos políticos, poetas, escritores, intelectuales, científicos, militares, y tantas y tantas semillas sembradas en esta tierra, los entes determinantes para conforman una sociedad, reestructurarla, rehacerla en todas sus líneas, leyes e instituciones. No hay nada por encima de un sentir nacional. El destino de la nación está en el sentir nacional.

*González Licea, Genaro, Ensayo sobre la reestructuración del Estado mexicano, Amarillo editores, Derechos Reservados a favor del Autor, México, 2001.

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