jueves, 25 de agosto de 2011

Transición y comunidad indígena*


En un proceso de transición la comunidad indígena cobra especial importancia; el Estado tiene la responsabilidad de proporcionarle protección jurídica y permitir su desarrollo conforme a su organización y sabia forma de ver la vida. Asimismo, en este proceso la sociedad mexicana en su conjunto debe recordar que ya dejamos de ser un país predominantemente rural, ahora el predominio es urbano. Ahora, excluidas las autopistas, todo es un conjunto de calles. Cuarenta o cincuenta casas divididas por una calle principal. Que la historia no se repita. No tuvimos la capacidad de hacer del campesino un agente productivo, solamente se les dio la tierra como quien obsequia un pedazo de pan. Ahora el campesino ha creado su propia ciudad, hagamos de él un agente productivo.
Mas es inútil hablar de consensos, en tanto se tenga a un gobierno que se mienta a sí mismo; que asuma la palabra de redentor y fomente arbitrariedad y violencia. Es inútil hablar de consensos mientras se tenga un gobierno que va por acuerdos. Ejemplifico: sin consenso, aunque sí con acuerdos, se expropio Atenco; sin consenso, aunque sí por acuerdos, se fijó a los campesinos una dádiva de siete pesos por metro cuadrado (la dignidad tiene límites), y, sin ética, esos mismos metros cuadrados, hundidos de miseria y pobreza, el gobierno permitía revaluar, nos dice Juan María Alponte, Atenco y Voltaire, El Universal, 21 de julio de 2002, como “progreso”, en ochocientos o mil veces más el precio del tránsito de la expropiación a los nuevos poseedores. Graves y peligrosos abandonos del Estado de derecho porque hacen pensar a la gente que sólo por el terror de la violencia —“metus atrox” decían los juristas romanos— aparece el diálogo entre el poder y los hombres de la tierra. “Mala decisión”, diría Voltaire. Aprender a aprender es aprender a vivir. La marcha atrás del proyecto de aeropuerto internacional en Atento, me lleva a revivir las esperanzas de un reencuentro con los consensos para la transición de la sociedad mexicana hacia un Estado de derecho.
Retomemos el proceso de transición como una herramienta que nos permite conformar un proyecto nacional. Recordemos siempre que en un proceso de esta magnitud el problema es de consensos, no de acuerdos. Y los consensos debemos buscarlos todos desde nuestra organización e interés de clase. El trabajo que nos una debe ser el trabajo legislativo. La izquierda, derecha o centro, los partidos y sindicatos, los intelectuales, la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales y los grupos de presión, por decir algunos, se deben dar cita y presentar su voz en los foros legislativos. El proceso de transición, lo digo una vez más, le corresponde en especial al Congreso de la Unión. Es a este Poder al que le corresponde fomentar y llevar los debates nacionales, los consensos para reestructurar el Estado y conformar un nuevo proyecto nacional.
En el contexto internacional, el proceso de transición mexicana muestra en forma evidente e inevitable, su acercamiento, en mayor magnitud, a intereses norteamericanos; el reconocimiento de este hecho nos lleva a mencionar que México en su transición no tiene el problema de la disputa de potencias por su espacio de mercado. Somos un país cada vez más integrado a la economía norteamericana, crecemos bajo su sombra, directrices, acuerdos y compromisos. El mercado mexicano no está en disputa en razón de ser un mercado integrado a la economía norteamericana. Una inestabilidad nuestra produce desajustes a los acuerdos contraídos entre Estados Unidos y México, entre éste último y los demás países, sobre todo latinoamericanos. La economía mexicana está integrada a la norteamericana como variable maquiladora, como portavoz y punto de enlace con el resto del mundo. Retomemos la lección de Franz Kafka: hagamos de nuestra debilidad una fuerza.
*González Licea, Genaro, Ensayo sobre la reestructuración del Estado mexicano, Amarillo editores, Derechos Reservados a favor del Autor, México, 2001.

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